Qué onda Javier: Entremos en materia sin preámbulos.La semana pasada lo vi tomar la palabra en la más alta tribuna del país para justificar la reforma judicial. ¡Qué horror, Javier! ¡Qué asco! ¡Qué decepción! Verlo en ese trance acerbo de defender lo indefendible —ver el sitio:
https://www.youtube.com/watch?v=pWWl-F_DgZs (a partir del minuto 40.37)—; pero imagino que desde siempre estuvo destinado usted, sin saberlo, a terminar así: defendiéndose a sí mismo, es decir, defendiendo la intrascendencia, la mediocridad, lo baladí.En el pasado, Javier, nunca fue usted ni su verbo encendido lo que brilló de veras.
Era su causa; la de la libertad, la de la democracia, la que denunciaba el abuso de un gobierno corrupto y tirano; pero cuando sumido en su megalómana ceguera decidió traicionar esa causa engañándose a sí mismo y contándose un sinfín de mentiras para justificar su deyección, no sólo perdió usted el piso y el cielo, se perdió a usted mismo porque dejó de ser lo que apenas sí empezaba a ser.Usted jamás ha sido nada ni nadie, apenas un merolico endiosado por enanos intelectuales, quizá un poco menos ignorantes que usted mismo (con su cultura prestada y su vasta biblioteca sin leer), deslumbrados por su elocuencia barata.
Cuando yo era joven, lo escuchaba a usted y no entendía el porqué de ese entusiasmo arrasador que concitaba su retórica huera, pero nunca dije nada. ¿Para qué?, “envidia”, “rivalidad”, “celos” —o alguna estupidez similar— habrían explicado mi desdén, según la óptica idiota de uno de tantos de sus ingenuos admiradores. Lo suyo siempre fue, no se engañe, discurso hueco plagado de lugares comunes y estridencia, sin sentido ni sustancia.
Sin embargo, gracias a los oropeles que le brindó la casualidad (el ser “descubierto” y cobijado por la que llegaría a ser la “primera familia del Estado”), la vida lo halló a usted sumido en una responsabilidad que siempre le ha quedado demasiado grande y sólo le ha servido para medrar y seguir tragando.
Bien dicen que uno puede salir del barrio, pero el barrio nunca termina por salir de uno. Aquí está usted, a sus 58 años, siendo todavía ese pobre muchachito gritón y desvalido, huérfano, perdido en la inmensidad de Ciudad Juárez, tratando de llamar la atención a cambio de un mendrugo.
Debe saber que tras de sí no deja nada, ni descendencia, ni legado, ni historia, ni honra, ni memoria, ni buen nombre. Si usted fuera en verdad hombre, Javier, sabedor de que el compendio de su vida toda cabe en una sola palabra: “fracaso”; si en verdad supiera jugar y de qué va la vida, como los buenos fulleros se retiraría a tiempo; no pondría sus malabares retóricos al servicio de una horda de peluqueros, prostitutas, cantineras, tránsfugas y fenómenos de feria, como muchos de sus nuevos compañeros de partido; ni haría como el actor anciano —ridículo, patético— que en un afán estéril por recuperar las glorias pasadas pretende interpretar el papel que estelarizó a los 20 años; haría las maletas y emprendería el camino del exilio, en un último y desesperado intento por conservar algo de dignidad —no para recuperar el lustre de otras épocas, tarea imposible de conseguir—, sino sólo para no perderse en el rumor del escarnio y el descrédito autoinfligidos.Aunque tenga cuidado, vaya con tiento, usted es tan mentecato, tan grandilocuente, tan histriónico, tan tonto, que si un rayito de luz besara su frente, si un atisbo de vergüenza le punzara el alma, corre el riesgo de pegarse un tiro, con tal de obtener la satisfacción fallida de un titular postrero.
¡Qué tristeza, Javier! A su edad, lo halla la vida —usted que alguna vez fue líder de algo—, de comparsa, de segundón, de falderillo, de un montón de escoria; colega, socio y compadre de un Félix Salgado Macedonio, de un Gerardo Fernández Noroña, de un Adán Augusto López; pobre de usted si piensa que alguna vez podrá figurar de cabecilla de ese hato; en esa puesta en escena, usted no pasa de ser una especie de extra, un espectador de segunda fila, un despojo rescatado por el morbo.Concluyo: es usted el peor desperdicio de sí mismo que cabe imaginar, Javier. De usted se podría decir, como dicen que alguno dijo de Hitler: “es un hombre con un gran futuro a sus espaldas”, porque todo en su vida, Javier, o casi todo, es derrota y pesadumbre… o pasa por serlo.
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