En un mundo de vilezas ordinarias y vivales empoderados, tiempos de buitres y peores carroñeros, destaca la sobria figura de Norma Piña, presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Ayer presentó el último informe al frente de la Institución, precedido por la más severa ofensiva registrada en la historia nacional. Ni en sus peores crisis constitucionales, la Corte había sido víctima de un asedio como el sufrido en los últimos tres años del sexenio pasado. No había razón de estado, el expresidente cuyo nombre me resisto a escribir, desparramó contra ellos tal saña que sólo puede explicarse por trastornos agudos de la personalidad.
Unos decían que descargó su ferocidad contra la Corte por venganza, otros por la obsesión patológica de socavar su autoridad pretendiendo someterla, lo que no pudo Lula en Brasil y terminó en prisión. Sus motivaciones dan igual, los ministros dejan sus cargos víctimas de bajunos insultos y el Poder Judicial quedó convertido en apéndice del Ejecutivo. Con fe delirante los devotos del populismo consolidaron el asalto al Poder Judicial en las llamadas reformas del Plan C, durante la ventana de septiembre. Y no se conformaron con secuestrar a la Institución, tenían que despedazar a ministros, magistrado y jueces incómodos, ofreciendo sus cabezas a legiones de militantes zombis que, presurosos, las reprodujeron en memes, grupos de chat, medios digitales, impresos.
Donde pudieron descargaron profusamente las ofensas pronunciadas por el tlatoani cada día en la mañanera. Contra ellos se enfrentó, valiente y digna, la ministra Norma Piña, sólo acompañada de unos cuantos colegas. Ayer, derrotada, desahogó su impotencia en un discurso de reclamo al pasado: “La campaña para la anulación de la autonomía del Poder Judicial Federal, para sujetarlo a lógicas electorales y partidistas, se intensificó (incluso de manera violenta) cuando la Suprema Corte de Justicia y sus integrantes actuamos, como nos corresponde, como un Tribunal Constitucional. Pero lo cierto es que la campaña comenzó hace más de seis años”. Luego puntualizó el reclamo: “casi dos años después, cuando la Suprema Corte recuperó su mandato y papel de tribunal constitucional independiente y autónomo; cuando se restauró el respeto pleno a su autonomía jurisdiccional como siempre debió serlo, fue entonces cuando algunos medios públicos y todos los medios oficiales se enfocaron en la anulación de la independencia judicial”.
En su informe también recuperó los insultos mil veces repetidos por el expresidente, un compendio de insolencias inadmisibles en una democracia medianamente respetada que, cual si estuviesen grabados en ruedas de plegarias tibetanas, todavía hoy sirven de alimento “espiritual” a sus devotos. Lo que dijo la ministra Piña ayer, lo escuchamos en voz del ahora expresidente todos los mexicanos informados, hasta el hartazgo: “Fuimos acusados de traidores, corruptos, aliados de minorías rapaces y de la delincuencia organizada y de cuello blanco, e incluso realizaron alegorías en ataúdes, de algunos de nosotros”. Tiene razón, para ella no hubo momento de tregua, la furia del iluminado permaneció en todo momento, si acaso con intervalos de diferente intensidad.
La ministra está dolida, la línea discursiva de su informe no deja lugar a dudas de su dolor. Sintió en su ánimo personal la brutal ofensiva y ayer la desahogó contra el expresidente y contra quienes, deleznables rastreros, lo acompañaron en la infamia. Uno de ellos, quizás el más siniestro, Arturo Zaldívar, quien habiendo sido un presidente corrupto de la Corte, se acomodó en el Poder y pretendió reelegirse pasando sobre la Constitución. En ese primer fracaso anidaron los rencores, se profundizaron en la conducta republicanamente irreprochable de la ministra, al permanecer sentada mientras recibían al presidente en un acto protocolario. El asedio se recrudeció de ahí en adelante y no ha cesado. Ayer mismo Zaldívar, este sujeto miserable, declaró en conocido noticiero de radio que “Norma Piña fue la peor presidenta en la historia la Corte”. Mire quien lo dice, el que adelantó la renuncia a la Sala para dejar espacio a una impresentable como Lenia Batres. De esa envenenada estirpe son los detractores de la Corte.
La presidenta Claudia Sheinbaum en la mismas, avenida a servir de comparsa al pasado reciente, en lugar de atemperar la confrontación contribuye al linchamiento final, recuperando como suya la narrativa injuriosa del pasado reciente. Derrotada la ministra, con su carrera judicial truncada, CSP mantienen el asedio contra los ministros, instruido desde el sexenio anterior. Es una vileza, se desnudan como lo que son, seres inescrupulosos de rencores eternos, regodeados en administrar con rupestres modales sus lixiviados de odio sobre el enemigo derrotado. Los tienen tirados en el piso y todavía siguen tundiéndolos a patadas y cubriéndolos de escupitajos. Que vileza.
Puestos en lugar de la ministra Piña es fácil comprenderla, quiso hacer su trabajo con dignidad, autonomía y respeto a la Constitución, pero en respuesta encontró una metralla de golpes bajos acomodados por quien juró cumplir y hacer cumplir la ley; topó con la vileza de legisladores hechos en la obediencia ciega y medios vendidos que tomaron parte activa en la ofensiva contra ella y la Justicia que llegó a representar. El resto de los mexicanos la dejamos sola, como si fuésemos ajenos a su lucha, como si la Justicia no tuviese importancia en nuestras vidas. Fue la suya una batalla contra las fieras, sin más escudo y armas que su verdad y la entereza de mujer valiente.
Rompeolas
Edmundo Romero Pinzón, magistrado del fuero común y expresidente del Tribunal Superior de Justicia Estatal de Guerrero, fue asesinado este día en Acapulco. Ayer asesinaron en Veracruz al diputado federal por el Verde, Benito Aguas Atlahua. En julio pasado asesinaron al diputado y exrector de la Universidad de Sinaloa, Melesio Cué. Entre los ochenta asesinatos diarios registrados oficialmente en todo el país, están siendo comunes nombres de la clase empoderada y la presidenta CSP invitando a que los gobernadores presidan las sesiones de seguridad, como aventando la pelotita. Cierto, todos los niveles de autoridad tienen parte de responsabilidad, pero la mayor (por mucho) es del Gobierno Federal. Ellos tienen las armas, la ley, suya es la estrategia y cuentan con los recursos humanos financieros y técnicos. Háganse cargo, pues aparte de lo anterior, en la complicidad del sexenio anterior se fortalecieron los grupos criminales que hoy mantienen asoladas amplias franjas de territorio nacional. Alimentan la fiera y luego quieren que otros la enjaulen.