En memoria de nuestra compañera maestra
Irma Perea Henze, apasionada de temas
de comunicación e información.
Una de las primeras estrategias para dominar un grupo humano o una sociedad es el lenguaje. Imponer el lenguaje era una de las primeras acciones de los conquistadores. Por lo tanto, si se quiere controlar a una comunidad lo primero es ir cambiando el sentido y significado de las palabras. Lo van haciendo, primero con las palabras propias del grupo y luego se van creando, cambiando el sentido e inventando nuevas
Según la Real Academia Española, un neologismo es una palabra, expresión o significado nuevo en una lengua. Puede ser una palabra que se crea o se toma de otra lengua, o una nueva acepción de una palabra ya existente. Y en psicología, “un neologismo es una palabra nueva y extraña que crea un enfermo mental delirante o esquizofrénico. Esto puede ocurrir mediante la deformación, sustitución, inversión o creación de fonemas. Por lo general, constituyen puros juegos verbales que no poseen ningún sentido; otras veces poseen un sentido, pero solo para el paciente, que puede crearlas, para que no sean identificadas por otras personas, o en la «lógica» más o menos coherente y esotérica de su delirio”[1].
En el nuevo ecosistema digital, a través de las redes sociales, ha sido muy fácil cambiar el sentido de las palabras e imponer etiquetas de descalificación. Y lo que etiquetamos con palabras, etiquetamos la realidad. Lo que no mencionamos con palabras ya no existe y lo que inventamos con palabras le damos “vida”. Eso puede ser de locos.
Por eso, muchos gobiernos, a través de sistemas y programas educativos de niños insisten en cambiar términos, incorporar nuevas palabras o crear los llamados neologismos para ir cambiando las ideas y pensamientos a su interés ideológico.
Utilizar esos neologismos es una forma de imponer camisas mentales de fuerza. Es de las peores limitantes de la libertad, porque nos autocensuramos para llamar a las cosas por su nombre, por temor a ser acusados de retrógradas u “obscurantistas”. Nos vemos obligados a usar nuevos términos o palabras para ser aceptados e incorporados al ambiente social.
Sin embargo, en el pecado va la penitencia. Ahora somos rehenes de un neolenguaje aberrante, cómplice y temeroso.
Por ejemplo ¿tenemos miedo de decirles por su nombre a los delincuentes, a pesar de que son sorprendidos en plena flagrancia cometiendo un asesinato, un secuestro o en un enfrentamiento con la autoridad?
Resulta que los capos de la mafia deben ser mencionados como señor Guzmán o señor Mayo, bajo el argumento de la presunción de inocencia. Se detienen a sicarios, vendedores de droga o secuestradores de manera infraganti, todavía humeando los cañones de sus armas por los disparos recientes y formalmente deben ser mencionados como “civiles armados” que, a las pocas horas o días, salen libres porque “no se les acreditó un delito”.
Hay temor – ¿o reverencia? – a decirle secuestrador a una persona que retiene o priva de su libertad a otra persona y nos limitamos a describir la acción ¡con las propias palabras del crimen organizado¡ y lo llamamos “levantón”, que en la jerga delincuencial es secuestrar a un enemigo de banda, por venganza, deudas o traición.
Cuando dos bandas rivales de delincuentes coinciden en unos de los límites de los territorios que controlan y se enfrentan a balazos, los medios, reproductores del lenguaje criminal, lo califican de “topón” que es el término de los propios delincuentes para presumir que se batieron con armas de fuego con otros delincuentes.
Pero el colmo es que en algunos boletines de las propias autoridades policiacas usan el término topón para informar a la ciudadanía de un evento criminal o dar cuenta del número de muertos que hubo en un enfrentamiento. Informan oficialmente con palabras de la jerga criminal.
La paradoja o contradicción en el uso de las palabras, cuando se usa el término de un “grupo de civiles armados” plantea varias interrogantes: si son civiles, ¿por qué andan armados? Por lo general, no es arma blanca ni una modesta pistola calibre 22 para espantar palomas o perseguir conejos, sino es armamento igual o de mayor potencia de fuego que el de las propias autoridades federales. Son armas de uso exclusivo del ejército y aun asi, hay un cuidado y tersura para calificarlos de simples civiles que por ahí les encontraron rifles de asalto R-15, autos robados y blindados, dosis de droga y miles de dólares.
Entonces, no son simples civiles armados que pudiera pensarse que estaban armados para proteger su casa, propiedad o familia sino unos delincuentes de peligro, mafiosos y criminales que andan por las calles cometiendo delitos.
Hay miedo de usar las palabras con su verdadero significado. A los asesinos a sueldo los llaman sicarios y con esa palabra, miles de niños han cambiado su sueño de aspirar a ser pilotos, astronautas o bomberos por sicarios. Ha sido el efecto del mal uso de las palabras, del lenguaje secuestrado o de ser rehenes de una contracultura. Han edificado a los sicarios como audaces y temerarios que no les tiembla el pulso ni el alma por acabar con la vida de otro, con saña, precisión y valentía. Si desde el principio a los sicarios se les hubiera mencionado como asesino o matones, en el sentido correcto del significado, la sociedad y los niños los verían diferente.
Una ejecución es un asesinato, no acto de justicia u ordenamiento de un juez para ejecutar una orden de aprehensión. Los halcones o estacas, aunque utilicen a niños o mujeres, son cómplices de los delincuentes.
Por eso, la perversión de un lenguaje conduce, invariablemente, a la perversión de una sociedad. Quien controla el lenguaje, domina. Por eso también es la estrategia de algunos grupos minoritarios que lo usan como forma de imponer su punto de vista.
Somos lo que hablamos, nos expresamos con palabras y éstas son el reflejo de lo que pensamos y creemos. Cuando a las palabras empezamos a darle otro sentido o significado, cambiamos de realidad de las cosas y lo que es, deja de serlo.
Las palabras que le dan valor a las personas, acciones y cosas han ido retrocediendo en su verdadero sentido para suplirlas por otros significados. Tanto usamos las redes sociales que cada uno le pone nombre diferente a todo.
El lenguaje lo han convertido en una arma política para ir cambiando paulatinamente la cultura.
Las nuevas batallas son batallas culturales para ir cambiando educación, valores y símbolos para girar paulatinamente el lenguaje usando nuevas palabras, inventando neologismos, retorciendo el significado y el uso correcto de la gramática, solo para satisfacer a determinado grupo ideológico está llevando al traste a las sociedades bajo la bandera de un conjunto de reivindicaciones de minorías que obedecen a intereses no muy claros.
Por eso las palabras vida, familia, matrimonio las han ido transformando con otro significados. La familia ha dejado de ser “familia” para sustituidla por decenas de tipos de “familias”, los matrimonios luchan por sobrevivir en una oleada de moda para practicar el poliamor.
Debemos de entender que una ideología no convence, sino se impone y quien impone su lenguaje, se impone y domina.
[1] https://www.cun.es/diccionario-edico/terminos/neologismo#:~:text=m.,inversi%C3%B3n%20o%20creaci%C3%B3n%20de%20fonemas.
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