La mejor dictadura es
aquella que se impone
sin que la gente se dé cuenta
El compositor español Juan Carlos Calderón, fallecido en 2012, compuso la canción El Vendedor que la hizo famosa el grupo Mocedades y una de sus estrofas repetía que pondría un mercado, entre tantos mercaderes, para vender esperanzas y comprar amaneceres.
La canción que ha sido cantada en muchos países, remite con nostalgia a fantasías y utopías que por siglos hemos tenido de vivir con buena fe y esperanza y soñar con nuevos días colmados de bendiciones y en paz con nosotros y con el prójimo.
Se dice que los defectos de carácter o pecados se cometen en el desempeño del libre albedrio ejerciendo nuestra voluntad y los retroalimentamos por el recuerdo y la imaginación. Sin embargo, las ilusiones y fantasías son también portadoras de buenos deseos que se albergan en la espera de tiempos mejores.
La esperanza es la espera de algo mejor a lo que hemos vivido, es el anhelo de que cambien las condiciones, el buen tiempo y que mientras mantengamos viva la esperanza, estaremos vivos. Y la imaginación nos permite ser libres porque no hay barreras ni muros que la puedan contener. Una persona privada de su libertad estará impedida para desplazarse físicamente, pero su mente volará hasta donde quiera.
Tal vez, la letra de la canción El Vendedor se escuche con gran candidez e inocencia en estos tiempos, no apta para mentes posmodernistas del siglo XXI ni para la era de narcocorridos o corridos tumbados que elogian la violencia y apología del delito. Mucho menos para la era de la inteligencia artificial donde lo menos que podemos concebir es un robot romántico, a pesar de las voces melodiosas de Alexa y Siri que siempre están dispuestas a complacernos en cuanto mencionamos su nombre. Obvio, lo que también queda evidenciado que siempre nos están escuchando en nuestros dispositivos electrónicos.
Pero también hay otra condición que vivimos plenamente: estamos en la era de los populismos, tanto de izquierdas como de derechas, que han llevado a los ciudadanos a ir cambiando de actitudes y expectativas. Lamentablemente esos populismos son el camino empedrado que desembocan en dictaduras. Y según José Manuel Martínez “la mejor dictadura es aquella que se impone sin que la gente se dé cuenta”.
En esos ambientes, como nunca, las redes sociales están convertidas en grandes mercados donde se ofrecen de todos los productos: candidatos, gobernantes, políticos, cremas rejuvenecedoras, aparatos para adelgazar 20 kilos en 3 días, pomadas milagrosas, influencer huecos y ruidosos, teorías locas, conspiracionistas, ocurrencias y exigencias de miniminorías, hasta pareja de cualquier sexo y en cualquier parte del mundo.
Los mercaderes de fantasías y esperanzas son como zoco árabe donde se ofrecen desde hierbas y semillas exóticas hasta la ilusión de una de serpientes bailadoras.
Pero, sobre todo, los mercadillos digitales están ofreciendo opiniones, que, lamentablemente tiene más peso y demanda que los datos. Como nunca las percepciones cuentan más que la verdad y lógicamente la posverdad cuenta más que la verdad. Y el principal apoyo son las redes sociales utilizadas con recursos oficiales para desinformar a los ciudadanos o clientes que todo el día están picoteando (o dicho digitalmente, clickeando) como gallinas que buscan y rebuscan en las tierras para sacar lombrices o gusanos.
Morales Rodriguezconsidera que la clase media se caracteriza por razonar desde la expectativa y la clase baja se modela bajo la esperanza. Esta es, indudablemente, la estrategia de políticos populistas con la gran masa de la clase baja: ofrecerles esperanzas, pero que en realidad son promesas y mentiras, alargando los tiempos de espera.
En esa venta de esperanzas, las redes sociales juegan el roll de operar la circulación de la desinformación y los gobiernos populistas rehúyen la verdad, la transparencia y la información clara. Son temas que les caen como agua bendita a un poseído porque les quema la piel. Esas redes son los mercados electrónicos donde los mercaderes ofrecen sus artículos y promesas, y propiamente no son esperanzas realizables, propuestas honestas, ni amaneceres limpios y despejados.
Y lo lamentable es que los populismos van generando fanatismos para asegurar su estancia en el poder en este nuevo ecosistema de consumo que reina en las redes sociales.
El consumismo digital nos ha llevado a ser voraces en creer, adquirir o adherirnos a todo lo que vemos en las redes, vengan de donde vengan. No tan solo de artículos que podemos comprar en línea, sino de opiniones tendenciosas o falsas.
El filósofo griego Aristóteles lo dijo de manera clara: toda comunicación humana tiene una intención y ahora que disponemos de emisores portátiles, como son los teléfonos inteligentes, como nunca son reproductores a miles de personas que en el instante en que subimos un mensaje nos debe quedar la inquietud de cuál será la intencionalidad y el efecto de dichos comunicados.
Por eso, los gobiernos populistas, influencers, artistas y ahora hasta deportistas tienen tanto interés en el control y presencia en las redes sociales. Son un canal directo para promover su imagen, llegando a extremos de generar idolatrías y fanatismos, que terminan en el tufo de intolerancia y exclusión para los que no inciensan al personaje.
A contrapelo de esa esperanza que ofrecen, se está agotando la credibilidad y en su lugar aparece el interés a corto plazo. No se piensa en el mañana y el futuro de los hijos y los nietos. Aceptamos lo que nos acomoda en este momento sin ver más adelante, lo que es una gran irresponsabilidad.
La preocupación por dotar de herramientas y profesión a los hijos para que tengan forma de enfrentar la vida, ha cedido a la inmediatez de la comodidad de una canonjía. Parecía que la época de pan y circo había pasado a la historia, pero de manera sorpresiva en plena era de la tecnología ha tomado fuerza. La politica es un espectáculo como de circo; las dádivas, despensas y becas son el pan nuestro para controlar y dirigir las elecciones, mientras las redes sociales nos adormecen y ocupan horas de nuestra vida.
Aumenta la tecnología, pero disminuye el humanismo. Pensamos solo en nosotros mismos y en el hoy. Nos conformamos con apoyos y tarjetas a cambio de permanecer inmóviles y no hablar ni decir nada incómodo. Por ejemplo, nos ahoga la violencia, pero para no perder un beneficio oficial, preferimos que siga todo igual.
Las expectativas en este momento son de repunte en violencia, pero nos engañamos con la esperanza de que los grupos delictivos ya tengan un “acuerdo” entre ellos y se den abrazos. Nos conforman con encuestas, sondeos o muestras de salida en un verdadero desorden y falta de respeto para millones de electores y juegan al gurú con las expectativas y las esperanzas a adelantarse comercialmente a dar resultados para presumir que ellos le atinaron
Lo grandioso o decepcionante en las redes es que las invaden de memes ingeniosos, alegres, irónicos, provocadores, retadores, banales, irreverentes o críticos, pero que no dejan de tener una función de anestesia que insensibiliza reacciones. Reímos a carcajadas y con eso le damos vuelta a la pantalla, al día y a la historia de este país.
La arboleda de la verdad se está deforestando y no reponemos brotes nuevos. El vendedor ya ofrece o vende el árbol que queda en la arboleda de la verdad.
Las paradojas de la vida están centradas en el mercado, entre tantos mercaderes, que solo ofrecen alas que no han volado, labios que no han besado. Venden agua en una cesta y en la hoguera venden la nieve.
¿Hasta donde llegaremos en este mercado de fantasías e ilusiones o de autoengaño?