Quien siembra vientos, cosecha tempestades…
La violencia ya es un lugar común, que, por lo visto, ya no asusta, sino que se busca como diversión, por gusto o por estilo de vida. ¿Será posible que de tanto ver violencia, terminemos siendo también violentos?
Resulta que la violencia, como epidemia, se contagia.
Unos quieren la paz, otros promueven la violencia; unos fomentan la cultura de paz, otros la narcoviolencia; unos quieren la vida, otros la muerte. Mientras se organizan diálogos y compromisos para la paz, otros venden boletos para presentaciones de cantantes que le cantan a la ilegalidad y a la violencia.
Mientras algunos limpian los parabrisas en los cruceros de las calles, para obtener unas monedas para drogarse, otros piden cooperación para centros de rehabilitación de drogadictos. Unos quieren salir, mientras otros entran a la adicción.
Mientras que unos jalan para un lado, otros lo hacen para el lado contrario y no se ponen de acuerdo para caminar juntos y avanzar.
Esa era la lección de la fábula de dos burritos que estaban amarrados y cada uno jalaba al contrario de su compañero para comer pastura. Y ni uno ni otro lo lograban porque se impedían llegar al montón de comida. Hasta que, por fin, a pesar de ser asnos, “discurrieron” ir juntos primero a un montón de pastura para consumirla y luego, encaminarse juntos al otro montón.
Así en la sociedad, cada uno jala para diferente lugar y muchas veces para la dirección opuesta. Estamos metidos en un círculo vicioso, penoso y fatal del que no podemos o no queremos salir.
Por eso, debemos definir si queremos la paz o la violencia y así aclarar las cosas y no jugar ni echar culpas a diestra y siniestra.
Hay una pista inicial para sospechar que a un número importante de mexicanos no les molesta ni les preocupa ya el estado de violencia en el país. Han desarrollado un fuerte caparazón y han logrado superar la capacidad de asombro y preocupación, que ni se inmutan por las cifras récord de homicidios en el gobierno federal que termina, y por la vía electoral, decidieron que se siga con la misma “estrategia” de ser permisivos y condescendientes con los delincuentes, de darles abrazos y regaños de abuela.
Luego, la adopción masiva de seguidores y fans de narcocorridos, corridos alterados y tumbados, revela un gusto por la violencia, en lenguajes agresivos y ofensivos contra la mujer, de exaltación a hombres fuera de la ley que por medio de negocios ilegales hicieron de manera fácil y rápida una vida de excesos, sin esfuerzo o trabajo honesto y se convierten en famosos.
El círculo vicioso se forma cuando miles de jóvenes, mujeres y menores de edad acuden a conciertos masivos, con plena conciencia de que van a corear narcocorridos, que van a ver a su “ídolo” que, de la noche a la mañana, por la magia de las redes sociales y el negocio de esas “corrientes” musicales, se hizo millonario.
Canciones que justifican la violencia y la muerte, composiciones a personas fuera de la ley, apología del trasiego y venta de diferentes drogas y que saben que no está permitido porque no son edificantes ni aportan algo a la convivencia sana y pacífica, pero van a verlos. Y todavía se juega con las leyes a que deben de depositar una fianza como multa por interpretarlas, pero aún así, las cantan y “pierden” el dinero. La verdad es que consideran esas multas y suben los precios para que de los mismos boletos que compra la gente, salga de ahí la “multa”.
Y la justificación que dicen es que los propios fans les piden que interpreten esos narcocorridos. Algunos grupos musicales para hacer más atractiva esta música, apelando al morbo de la gente los han bautizado como “corridos prohibidos”. Y, aun así, calificados por ellos como prohibidos, los cantan.
Así se va gestando la cultura de la ilegalidad entre la ciudadanía. Los cantantes o grupos musicales de su preferencia no respetan la ley, siguen teniendo éxito y más dinero, la conclusión es que sí deja beneficios estar fuera de la ley.
El punto es que así no se terminará la violencia ni las ejecuciones ni los enfrentamientos entre grupos criminales. Que así, se ve más lejana la posibilidad de paz.
Ojalá que parte de las ganancias de esos cantantes y grupos, fueran para abrir centros de rehabilitación para miles de jóvenes que han cancelado su esperanza de una vida útil y alegre. ¿Estarán conscientes esos cantantes de miles de matrimonios y familias que se han deshecho por la adicción a una droga, que han terminado en la cárcel o en un hospital?
¿Por qué ignoramos a esos escuadrones de la muerte que deambulan por las calles con la mirada perdida, que perdieron todo y sólo esperan la muerte porque quedaron atrapados en las malditas sustancias que promueven varias de esas canciones o en sus éxitos en redes sociales con miles de seguidores?
¿Qué diferencia hay entre el glamour de los atuendos y ropa de marca que usan esos narcocantantes y los harapos de ropas de las víctimas de las sustancias que “exitosamente” promueven en sus últimas “producciones discográficas”?
Algo está sucediendo en nuestra sociedad que ha cambiado radicalmente la visión y perspectiva de las cosas. Pareciera que el mensaje es que lo bueno es malo y lo violento ahora es bueno.
Acaso ¿un mundo al revés, un mundo incoherente?
Antes los que pedían a gritos que el ejército se retirara a los cuarteles porque no estaban entrenados para vigilar las calles, ahora los pusieron a controlar puertos, aduanas, aeropuertos y hasta construir sistemas ferroviarios, aeropuertos, edificios y carreteras. Hace años era un grito de guerra contra la “militarización” del país porque lo criticaban como un atentado contra los derechos humanos y la democracia. Hoy, es todo lo contrario y como nunca, un gobierno que se ha sostenido con el respaldo de las fuerzas armadas.
Lo que antes era malo para esos críticos, ahora es bueno, y los malos son los que critican lo que antes ellos criticaron.
Antes era muy malo que los gobiernos estatales y federal no informaran con transparencia el destino y uso de sus recursos y tuvieran opacidad en informar a la ciudadanía sobre contratos y ahora, han decidido cancelar los organismos de transparencia de información. Lo bueno es malo y lo malo es bueno según la óptica ideológica y de poder.
Y el extremo: la Fiscalía General de la República está muy consternada y sorprendida por la detención de uno de los máximos capos de la droga, y en lugar de congratularse por su aprehensión, exige al vecino país le informe como apareció en un estado fuera de México. El colmo: giran orden de aprehensión contra otro narcotraficante que presuntamente participó en la entrega del capo mayor bajo la acusación de ¡traidor a la Patria!
No hay duda de que la moral está sometida a la dictadura del relativismo, donde cada uno acomoda a su gusto y conveniencia las acciones prohibidas o ilegales.
Pero ahora, en tiempos de violencia, la epidermis se ha hecho dura, lo ilegal llama poderosamente la atención, lo bueno es desechado como anquilosado y antiguo. Y los conciertos de los violentos venden más que un cantante que le cante al amor, a la mujer y a la vida.
Hemos llegado a la conformación de una cultura de la muerte, donde le cantamos temerariamente a las acciones violentas, a la aniquilación de bandas o pandillas contrarias, al trasiego y consumo de drogas y alcohol, como única razón de vivir o morir esta vida.
Pareciera que en lugar de sembrar semillas de paz estamos sembrando semillas de violencia.
Por eso, lo que hemos visto en los últimos tiempos es que ahora ser bueno es malo y ser malo, es bueno…
Solo que no olvidemos que quien siembra vientos, cosecha tempestades…
Así andamos….