Vivimos en una generación de mazapán
que se desmorona ante retos y obstáculos,
con una sensibilidad a flor de piel
Se ha estado presentando una batalla cultural tensa e intensa con el intento de arrancar de cuajo lo pasado y suplirlo por algo amorfo y difuso. De negar e ignorar lo que antes tuvo razón de ser y hoy es descartado por el solo hecho de ser las raíces ocultas pero que han mantenido el árbol por generaciones.
Antes se veía imposible pero ahora somos testigos del avance acelerado por desmontar una cultura que por siglos regía en diferentes regiones del mundo. Pero en especial, se nota la intención de descarrilar la cultura cristiana occidental, pero el problema es que no hay a la vista algo mejor o igual que la supla, sino solo se busca desterrar, ignorar y banalizar una herencia que se venía pasando de generación en generación. Hoy se está minando y eliminando todo lo pasado por el simple hecho de ser del pasado, con el pretexto de ser lo que ha operado por años y por lo tanto no sirve.
Y lo grave es que no se dan argumentos, solo se hacen acciones radicales y violentas, cambiando la ecuación de opiniones, fe y razones. Todo se lanza a la borda creando un enorme vacío anímico y emocional. El todo por la nada. Arrancar la raíz es la muerte del árbol, por eso hay descuido y desprecio a la sabiduría de los grandes, de sus creencias y convicciones.
Muchos gobiernos lo han empezado a hacer a través de la educación pública, falseando o modificando la historia oficial desde los primeros años de la educación básica para ir cambiando la percepción de los niños y últimamente no han batallado porque mientras van alterando la historia y la cultura, los padres de los niños están embobados con un celular largas jornadas del día.
El mundo del hoy, del presente y de lo inmediato ha cambiado estructuras mentales y por lo tanto culturales. El problema es que no hay a la vista una propuesta para mejorarlo. El renegar o rechazar algunos conceptos no es malo, el problema es que no se sustituyen y se deja al garete y a la adicción a la tecnología las respuestas y opciones. Si bien, las redes sociales nos han permitido comunicarnos más, amplia e intensamente, también nos hemos encerrado en burbujas digitales, sometidos a la información y visión de quienes operan en las redes sociales. Hay grupos de chat que crean en un solo día una realidad “artificial” sin salir de su casa. Desde la cama, a cualquier hora del día y la noche, en el sillón o banca de un parque arreglan el mundo según ellos, “suben, revisan, critican, polemizan, agreden e insultan” desde las redes sociales.
Ese día es todo el mundo, al día siguiente será otro tema o tal vez lo mismo y siempre desde el celular en su mano como si fuera el control de mando para cambiar el mundo. Esos revolucionarios de sillón mullido, taza de café humeante y cigarro, pretenden imponer su opinión ideologizada y lo han ido logrando.
Vivimos el mundo de las ideas líquidas y fluidas. Se va y se escurre como agua tanto la forma como la sustancia. Una generación de mazapán que se desmorona ante retos y obstáculos, con una sensibilidad a flor de piel que a veces se tiene miedo hablarle más fuerte para no lastimar emociones o que se sientan agredidos y victimas de bullying. Por supuesto que la culpa no es del todo de ellos, sino principalmente de sus padres.
Cambio de visiones, anorexia espiritual y autismo intelectual han acorralado a la sociedad que, extraviada y sin rumbo, acepta con inocencia o pereza cualquier propuesta seudocultural que acelera el desmoronamiento o estructura axiológica o de valores, lejos de ayudar a reforzar enfoques, trascendencia y sentido de la vida.
Por eso, fue totalmente innecesaria la incorporación de un performance o parodia de la Ultima cena de Jesucristo con sus apóstoles en la inauguración de los Juegos Olímpicos de París 2024. En la herida que tiene Europa desde hace años, lejos de buscar sanarla, cada día se expande más por el organismo, con el riesgo de llegar a una insensibilidad o una metástasis, donde el cuerpo invadido de cáncer ya no tenga remedio.
La foto de esa parodia de la Última Cena dio la vuelta al mundo, porque tal vez esa era la pretensión de los autores para generar estridencia y lastimar la fe de millones de creyentes abusando de la abulia e indiferencia que agobia a muchos cristianos, especialmente en Europa y en especial Francia, que ahora sienten vergüenza de haber sido una de las cunas de la civilización cristiana.
Hay varias interrogantes: ¿querían demostrar que esa cuna de la cultura occidental cristiana ya dejó de ser y aprovecharon el escenario mundial del olimpismo y el deporte para la burla y ridiculización del fundador de una religión que ha persistido por más de 20 siglos?
Con respeto e independientemente de la fe o creencia de las personas ahora se recurre a la parodia para mofarse de algo o alguien y en caso de un reclamo salir con el pretexto que solo se trataba de una “parodia” y con eso justificar en nombre de la tolerancia una acción de ofensa.
¿Qué pretendían con esa escena donde se alteraban los personajes con figuras grotescas, con indefinición de género, que pueden ejercer con pleno derecho y libertad, pero no para suplantar ni alterar escenas que dan sentido espiritual o religioso a millones de personas? Por supuesto que no se debe descartar que en el mundo moderno o postmodernismo es moda considerarse laico, gnóstico, libre pensador, progresista o “progre” con plena libertad de descartar teorías religiosas, posturas espirituales o “fanáticas” y se merecen el pleno respeto. Y eso se observa en un ambiente de tolerancia que exigen, pero muchas veces no hay reciprocidad.
Podríamos pensar que fue el afán de distraer la atención en un evento mundial del deporte, aprovechar la cobertura mediática global donde las redes sociales vibran de las competencias y los resultados, donde la televisión se convierte en la caja de resonancia de hazañas deportivas y verdaderos actos de heroísmo para alcanzar la gloria en competencias entre los mejores del mundo.
Fue injusto que con una expresión decadente de performance opacaran los años de disciplina y entrenamiento de los deportistas que se preparan en la mejor competencia de su vida y empalmar otras agendas ideológicas en una obsesión de exhibicionismo. Esas imágenes nada tienen que ver con deportistas que por años cultivan, casi hasta la perfección, un deporte, para ganar la gloria para ellos y su país, rompiendo récord, demostrando su mejor esfuerzo.
Como la filosofía cristiana está basada en el perdón y en la paz, esos movimientos de mofarse sin razón de una fe no tienen reclamo ni riesgo como ya experimentaron hace años en París, cuando una revista hizo escarnio del profeta Mahoma con caricaturas, que fueron víctimas de la reacción de un grupo radical musulmán que respondió, lamentablemente, con actos terroristas reprobables.
Aquí el tema es que, de Europa, con Francia principalmente, ha surgido una anticruzada contra el cristianismo para borrar vestigios, lanzar a la basura del pasado lo que antes dictó normas y valores para una civilización y ahora, en su locura que llaman deconstrucción, destruir el ayer, alterar y confundir el hoy y eliminar un mañana con rumbo y sentido.
No es asunto religioso, sino cultural. No es tema de fanatismo sino de rescatar sentido de la vida y la muerte, de la trascendencia del ser humano. No es un caso de beatas que se dan golpes de pecho todo el día, sino de una auténtica fe a la que tenemos derecho a profesar.
Si se pide tolerancia para ejercer nuevas visiones y agendas, lo mínimo es tener la misma actitud para quienes no piensan igual.
En las redes sociales han desarrollado un pensamiento único y dictatorial. Algunas generaciones asumen que el pensamiento correcto es lo que dictan e imponen modas y corrientes aparatosas y llamativas que viralmente van recorriendo de celular en celular y de pronto se asumen como las “nuevas” verdades, que al final de cuentas son simples posverdades o “alternativas” de una opinión que se confunde con la verdad.
Andamos a salta de mata de nuestra propia herencia cultural. La están transformando, dinamitando principios, valores e instituciones. Y muchos están ajenos, distraídos torciéndose el cuello por tantas horas con la inclinación (o ¿reverencia?) hacia el celular. Y hay minorías que no desperdician esa oportunidad de oro para ir permeando, como la humedad, con exigencias, entre justas, lógicas, absurdas y aberrantes, su agenda ideológica.
Y lo más grave es que hay una parálisis en aras de la tolerancia y respeto a las formas de ser y pensar de los demás.
El problema es que no se recibe esa misma tolerancia y respeto y la cultura y filosofía cristiana van cediendo a expresiones ruidosas, a exigencias radicales y amenazas de ser denunciados de “intolerantes”, “oscurantistas” y “fanáticos”, aunque el fanatismo sea más radical del otro lado.
La corriente deconstructivista, que va destruyendo sin mayor contemplación lo que existe, bueno o malo, lo eliminan solo por el hecho de ser del pasado confundiendo a las nuevas generaciones que todo lo anterior, por el solo hecho de ser del ayer es malo e innecesario.
El problema no son las batallas políticas o económicas. Ni siquiera las electorales, religiosas o deportivas. El meollo del asunto radica en la cultura y ahí es donde se definirá realmente el sentido de la vida, la espiritualidad y humanismo del ser. Si queremos llamarle batalla metafísica, pues va más allá de modas, costumbres o actitudes.
Pero, vamos a salto de mata en la cultura y de un momento a otro podemos caer al barranco. Lo profano ha superado a lo santo, lo que era bueno ahora es cuestionado y lo malo es aceptado y alabado.