Falta un mes para la votación más importante en la historia reciente del país. Elegiremos, consientes o no, por dos proyectos de nación; la consolidación del autoritarismo populista o el restablecimiento de la precaria democracia que construíamos. Esta elección no tiene que ver con propuestas de gobierno, se trata exclusivamente del rumbo que tome el país. Confiados en una batería de encuestas, quienes van por la instauración del autoritarismo vienen celebrando, de meses atrás, un triunfo irreversible.
Les tengo malas noticias y no me refiero a la encuesta de Massive Caller que da empate, tampoco al hecho de que, en cada elección, las encuestas suelen errar por diez, doce, quince puntos o más. La mala noticia para ellos es que los datos finales de las últimas cinco elecciones presidenciales desmienten la teoría del arroz cocido, sus encuestas no caben en la historia electoral sólidamente documentada.
En la primera elección democrática, 1994, participó el 77% de los electores. 35,2 millones sobre un padrón de 45.7 millones de ciudadanos registrados, con un millón de votos nulos y sin votos bobos registrados. (defino voto bobo o pendejo como aquellos entregados a candidatos sin posibilidad alguna de ganar y postulados por nanopartidos o aventuras independientes, es decir contrario al voto útil).
La mítica elección del 2000, cuando por vez primera la oposición gobernó al país, registró 63.97% de participación, sobre una Lista Nominal de 59.7 millones, con 36.8 millones de votos válidos, 788 mil votos nulos, 955 mil votos bobos, asignados oficialmente a “otros partidos”.
La cuestionada elección del 2006 se realizó con un Listado Nominal de 71.3 millones y participación de 58.5%. 41,7 millones de votos totales, de los cuales 40.8 fueron válidos, 904 mil nulos y 1.6 millones pendejos, repartidos entre Patricia Mercado y Roberto Campa.
La elección del 2012 se realizó con una Lista Nominal de 79.4 millones y participación del 63.1%. 50.1 millones de votos, validos 48.9, nulos 1.2 y tontos 1.1.
La elección del 2018 cerró una Lista Nominal de 89.3 millones con 63.4% de participación. Votantes 56.6 millones, validos 55, nulos 1.57 y bobos 2.9, los del bronco.
Tres apuntes: 1) El promedio de participación ciudadana en las cinco elecciones presidenciales democráticas es 65.2 y eliminadas la más alta de Zedillo y la más baja de Calderón de 63.5. 2) el promedio de electores nuevos o agregados en cada elección es 5.3 millones, destacando que en las últimas dos fue de 7.4, lo que se explica por el crecimiento del padrón. 3) los votos bobos siempre han sido muy bajos, en promedio un 1.6 millones. No pintan.
Hace unos días el INE validó el Listado Nominal para la elección de 2024 en 98.3 millones. Si le aplicamos el promedio bajo de participación, 63.5, podemos inferir que la votación será de 62 millones y medio, cerrando cifras. El dato es ligeramente bajo si a la participación del 2018 agregamos el promedio de votos nuevos en las últimas dos elecciones, quedaría 64 millones. Estos 64 millones son la prospectiva de votación basada en resultados oficiales.
En las últimas elecciones federales MC alcanzó 6%, intermedia del 2015, y 7% la del 2021 (no tiene registro propio en presidenciales). Su historia nos dice que la votación por ahí andará, traducido a votos sería alrededor de 4 o 4.5 millones. En su caso serían los votos bobos o pendejos. Los últimos votos nulos registrados fueron de 1.57 millones, como van creciendo en proporción al padrón es ilógico promediar, cerrémoslo en dos millones.
Ahora lo bueno ¿Cuántos votos asigna usted Claudia Sheinbaum?. Hace días hice un sondeo entre analistas de Morena e independientes, situando la estimación entre 15 millones el menos y 33, los de López Obrador, el más optimista. Eliminados los extremos el resto se movió entre 23 y 28 millones. Pongámosla en ese tope (analistas electorales imparciales dan menos), los 28 millones, que incluso muchos en Morena juzgan objetivamente complicados.
El voto es emocional, de pasiones, del corazón no de la razón. Sin embargo al final del día se reduce a cifras frías, como dijo Artemio Iglesias: “los votos se cuentan, no se califican”. Una simple operación aritmética deja Xóchitl Gálvez con 30 millones de votos, si a los 64 restamos los 28 de Sheinbaum, cuatro bobos y los dos nulos. Este resultado es en razón de datos oficiales del INE, como dije, registrados en las elecciones democráticas.
Que la elección próxima puede salir de parámetros, por supuesto, vimos la de Zedillo y la de Calderón atípicas. Hablo de datos objetivos ya juzgados, por ello he insistido en que la victoria opositora es directamente proporcional a la participación ciudadana. A mayor participación, más fácil el triunfo de Xóchitl. Con el 70% o más arrasaría; con el 55% o menos, el triunfo del populismo sería parecido a como anticipan sus encuestas. ¿Cuántos mexicanos saldrán el dos de junio a las urnas? Imposible saberlo, saliendo el promedio, Xóchitl no sólo puede ganar, sus probabilidades de que gane son altas.
Otros dos factores podrían alterar la elección en favor del populismo; un aumento inesperado en la votación de MC y la manipulación del Régimen más allá de lo esperado. Sobre MC, los votos pendejos, no veo elementos objetivos para suponer un crecimiento. Al contrario, existen motivos políticos para suponer que caerán, la escisión de Jalisco y el descrédito en Nuevo León, sus bastiones. También recuerde, Máynez es candidato de repuesto.
López Obrador es una incógnita, ¿Está dispuesto a reventar la elección, si la ve perdida?. Sabemos que intentarán comprar funcionarios de casilla, reventar casillas en secciones adversas, taquear hasta con muertos en las suyas, intimidar con violencia extrema y el catálogo completo de chanchullos. ¿Y qué? Todo lo han hecho antes, aquí la pregunta es: ¿Hasta donde están dispuestos a manipular la votación?. ¿Reventarla de plano?.
Sólo el día de la elección sabremos, pero si aceptamos que todavía existen condiciones para una elección “democrática”, necesariamente debemos aceptar que la capacidad de manipulación tiene límites hasta para un régimen demencialmente obsesionado en perpetuarse. Si no, preparémonos a una convulsión poselectoral como nunca antes ha visto el país, cuyas consecuencias no me atrevo a insinuar. En lo personal soy optimista, estoy sinceramente convencido de que el dos de junio los mexicanos libres daremos una ejemplar lección democrática por nuestro país.