Habrá, nunca faltan, los tarados cuya indecisión se resolverá frente a la mampara y en este momento no tienen la menor idea de por quién van a votar; habrá otros que están esperando al segundo debate presidencial para definir el sentido de su voto; habrá también quienes piensan que sí irán a votar, pero no están del todo seguros; y habrá (los peores), que ni siquiera piensan en ir a votar el próximo 2 de junio.
Pues bien, el sentido de estas líneas es invitar a todos los que sí saben que saldrán a votar llueve, truene o relampaguee y de buena fe piensan o creen o sienten (¡felicidades!) que su voto vale y que su voto sí cuenta. Para ellos van destinados estos párrafos.
En efecto, amiga, amigo lector, su voto vale. Y vale mucho. Lo peor que puede pasarnos, en esta hora, es que usted crea que “todos los políticos son iguales”, porque no es cierto ni hay peor engaño. Es más, vamos a ponerlo de este modo: sí, todos los políticos se parecen, y mucho, pero hay unos peores que otros. La misión de un político es muy simple, complicada, sí, pero muy simple.
Me explico: la administración de una empresa, de un municipio, de un estado o de un país, es compleja, muy, mucho. Es ardua, laboriosa, difícil y por eso requiere abundantes conocimientos, así como la participación de muchas personas; y de la política… ¡mejor ni hablar! Es harina de otro costal; la política es la cosa más resbaladiza, traicionera, espinosa y peliaguda que uno pueda imaginar; pero, ¿la misión de un político?, ésa es, repito, la cosa más sencilla del mundo: servir a los demás. Servirlos de la mejor manera posible. ¿Servirlos? ¿Cómo? ¿En qué? Servirlos en la satisfacción de sus necesidades básicas: agua, energía (eléctrica, gas, etc.), calles, carreteras, empleo, alumbrado público, plazas, mercados, limpieza, empleo, seguridad pública, combate a la delincuencia, salud, educación, etc. Ése es, ése debe ser, su cometido y no otro.
Además, el Estado debe garantizar la prestación de esos y demás servicios públicos por sí, o preferentemente por terceros particulares, y eventualmente intervenir en forma decidida para: buscar un equilibrio entre los que más tienen y los desposeídos sobre la base de programas sociales sin tintes clientelares que impulsen dos cosas y sólo dos: trabajo y educación; trabajo bien remunerado para los adultos y becas para los jóvenes con ganas de estudiar y carezcan de medios económicos; sostener y fortalecer la división de poderes; preservar las instituciones democráticas; y alentar (facilitándola) la participación ciudadana a través del único mecanismo que la legitima y autentica: la transparencia absoluta.
El gobierno del presidente Andrés Manuel ha actuado exactamente a la inversa de como debió hacerlo: ha privilegiado, como nunca antes, al Ejército en tareas y labores que no guardan ninguna relación con la seguridad pública; el número de pobres se ha incrementado en el país;[1] los programas sociales y el dinero público, como nunca, se han empleado para impulsar las candidaturas de MORENA; la educación nacional está peor que nunca; como nunca antes, el presidente ha atacado a la división de poderes, particularmente al Poder Judicial, y ha hecho de la opacidad una política pública transversal porque a diario miente, oculta y tergiversa la información y ha hecho del ataque a los medios de comunicación también una constante.
Esa realidad resulta inocultable.
De ahí que esta elección de 2024 resulte crucial para los mexicanos. Los ciudadanos vamos a elegir entre dos sopas: continuidad de un régimen mentiroso, corrupto y corruptor como el AMLO, destructor de instituciones y derrochador de dinero público en proyectos inservibles; o la posibilidad de ponerle fin a la locura de este sexenio.
Es así, porque Jorge Máynez, el candidato de MC, es un “palero” del régimen. En el debate del pasado domingo, frente a todo México, Jorge Álvarez Máynez le hizo segunda a Claudia Sheinbaum y usó una de las estrategias más deleznables que yo haya visto jamás, al intentar imponerle a Xóchitl Gálvez los yerros de la presidencia de Vicente Fox. Máynez es un cobarde, un corrupto (está plenamente acreditada su sociedad con diversos políticos y empresarios afines al Gobierno) y un traidor a México porque su estrategia electoral es una sola: quitarle votos a la oposición. Máynez intenta robarnos la esperanza. Su pretensión, la única, es lograr que Xóchitl Gálvez pierda votos y, con ello, que Claudia Sheinbaum salga triunfadora. Votar por Máynez es tirar su voto a la basura. No lo desperdicie.
Si usted es de los que cree en el valor de su voto, en la política como instrumento de cambio y renovación, en la participación como la única herramienta ciudadana para transformar la realidad social y en que ésta puede ser la última elección libre en México, usted solamente puede votar por una persona: Xóchitl Gálvez.
Por favor, por favor, por favor, vote; vaya y vote, ándele, salga a votar; y si cree, o siente, o piensa, que el voto sí vale, que el voto sí cuenta y que sí, el voto es importante y es nuestra única arma, instrumento, herramienta, medio, para incidir en el bienestar de México, llévese a los suyos: familiares, amigos, vecinos, amigos y compañeros de trabajo. Sáquelos a votar, llévelos, llámeles y confírmelos. Cumpla con su deber ciudadano, diga orgulloso: “yo sí voy a votar y voy a hacer de México, otro México mejor”. Súmese y forme parte de la renovación.
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[1] Artículo de Marco A. Mares titulado: “México: aumenta y agobia la pobreza”, publicado el 06 de agosto de 2021, por el periódico El Economista.