Decía William E. Vaughan que, en víspera del Año Nuevo, los optimistas se quedan despiertos hasta la medianoche para ver entrar el año nuevo, y los pesimistas para asegurarse de que el año viejo se vaya.
Pesimistas u optimistas, el año nuevo siempre trae consigo -por obvias razones- motivos para reflexionar sobre el pasado y el futuro. Y es que, así como lo afirma Michael Dirda, para aquellos de nosotros con mentalidad introspectiva, el comienzo de un nuevo año conduce inevitablemente a pensamientos tanto sobre el futuro como sobre el pasado.
Por supuesto que, como bien lo dijo Konnie Huq, los niveles de motivación difieren de persona a persona; no obstante, tal como lo expresa Gretchen Bleiler, con el nuevo año llega una renovada motivación para mejorar el año pasado.
Y así, con la renovada motivación para mejorar el año anterior, cada año nuevo también trae consigo nuevas y renovadas esperanzas. O como diría Alfred Tennyson: la esperanza sonríe desde el umbral del año venidero, susurrando “será mejor”.
El meollo del asunto es que, tal como lo advierte Mehmet Murat Ildan, nunca ha habido un “año nuevo” que haya logrado convertirse en “nuevo” -ni mejor- si se repiten los errores de años viejos.
De ahí que el año nuevo sea el momento idóneo para analizar en retrospectiva y prospectiva y, así tomar mejores decisiones tanto individuales como colectivas porque, como bien lo dijo Craig D. Lounsbrough, cualquier nuevo comienzo se forja a partir de los fragmentos del pasado, no del abandono del pasado.
No se trata pues de quedarnos despiertos nada más para asegurarnos de que el año viejo se fue o para ver llegar -así a secas- el año nuevo. Se trata de hacer el, Como dijo Nacho Cano, el balance de lo bueno y malo; un balance que no debe hacerse solamente como una simple forma de aceptar que ya pasó un año más, sino como un necesario acto de reflexión serio y profundo en torno a lo que ocurrió y no ocurrió (y sus respectivos porqués) durante el año que termina; una reflexión que, al final de cuentas, nos debe llevar a actuar en consecuencia en el futuro próximo.
La cuestión entonces puede ser -según Alex Morritt- si el año nuevo es un nuevo capítulo, un nuevo versículo o simplemente la misma vieja historia. Sea lo que sea -contesta Moritt- los escritores somos nosotros y la elección es nuestra.
Es pues en nuestro papel de escritores que lo expresado por Peggy Toney Horton adquiere mayor importancia en el sentido de que, cada año nuevo, tenemos ante nosotros un libro nuevo que contiene 365 páginas en blanco; páginas que debemos llenar con todas las cosas olvidadas del año pasado: las palabras que olvidamos decir, el amor que olvidamos mostrar y la caridad que olvidamos ofrecer.
A modo de resumen, concluyo citando lo dicho por el dramaturgo, novelista y pensador turco contemporáneo, Mehmet Murat Ildan: “Esperas cosas buenas del año nuevo, esperas esperanza, pero el año nuevo también tiene algo que decirte: Tú mismo creas tanto las cosas buenas como la esperanza, así que no esperes nada, hazlo tú mismo, créalo tú mismo. ¡No esperes!”.
Aída María Holguín Baeza
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