Entre redes
No existe la crisis de la fe, sino la crisis está en nosotros
Desde hace tiempo, algunos lustros, se empezó a hablar con preocupación y desencanto de que había una seria crisis de la fe. Que se estaba abandonando la fe, que había un desencanto de las personas, que íbamos migrando gradualmente de tener fe a ser unos incrédulos. Todo lo ponemos en duda, principalmente a los semejantes, salvo en nosotros mismos que sobrepasamos de la autoestima al narcisismo perverso.
Tener fe en estos tiempos, la consideramos que son cosas del siglo pasado, antes de internet y de la tecnología digital o hasta del antepasado y ahora la moda es otra muy diferente para sentirnos más modernos, liberados o sin prejuicios. Además, la actividad tan rápida, agitada y sin límite que llevamos, nos indica que esta vida es solo una y hay que disfrutarla.
El lema de vive y no solo existas ha suplido al principio de sé y no solo existas, donde el ser es compatible con la existencia, donde la equidad de ser y existir le daba sentido a la vida. Ahora, con vive y no solo existas, salimos a la calle todos los días, por supuesto con el celular en nuestra mano, dispuestos a vivir a secas o sobrevivir.
Los síntomas de la epidemia de la depresión siguen avanzando cada día sin vacuna y muy pocos remedios, salvo frascos de medicamentos químicos para intentar resolver las angustias y ansiedades.
Estamos confundiendo física con metafísica, teología con mitología y llegamos a la conclusión de nuestra mente con una gran soberbia intelectual desechamos o nos burlamos por imposibles a principios que al menos deberíamos tener respeto y tolerancia.
Parecer ser que nos indignamos más cuando maltratan un árbol, o a un perrito o mascota que ser tolerantes con alguien que presume y defiende una fe. En esto, en Occidente nos hemos quedado rezagados a diferencia de Oriente que cuidan y respetan su pasado y tradiciones para dar fuerza e identidad a su cultura.
Por ejemplo, la Navidad cristiana ha pasado al calendario pagano de solo fiestas sin el sentido de la conmemoración. Se supone que es uno de los pilares de la fe cristiana, que cuenta con inicio y referencia a la cultura y filosofía occidental, pero lo tenemos catalogado como las “posaditas”, que nada tiene de posada porque ni están presentes los símbolos de la Navidad o natividad de Jesús.
Creo que si esto fuera en el islam muchos seriamos condenados por infieles o falta de respeto. Para ellos, una simple caricatura de Mahoma es motivo de reclamo e insulto a sus creencias. Occidente ya está en proceso de descristianización. Qué preocupante.
Y viene la explicación: es que hay crisis en Occidente.
Pero, la crisis no es geográfica o geopolítica, como se ha querido justificar. La crisis de fe está en nosotros, con nosotros y depende de nosotros.
En un principio se identificaba esa “crisis” solo con cuestiones religiosas y que los dogmas ya no eran considerados como verdades, que ya no se creía en los rituales y por supuesto que se desconfiaba ya de autoridades o líderes espirituales.
El problema no era la “crisis” de la fe, sino la crisis estaba y sigue estando en nosotros.
Uno de los pactos formales entre las personas, sobre todo en las zonas rurales, era la “palabra”. Creían en su palabra, la respetaban y honraban. No hacía falta firmar pagarés, recibos ni contratos. Simplemente el valor de la palabra era garantía y por supuesto que se cumplía. Eso era tener confianza en los demás que es un elemento muy importante para la fe.
El escritor Francis Fukuyama, analista político y futurólogo, autor del libro “El fin de la historia” también publicó una obra que tituló Confianza con la idea que en la era moderna el único valor al que podíamos apelar para resolver nuestras diferencias es precisamente, la confianza. Tener confianza unos en otros. Pero creo, que como su teoría de El Fin de la Historia no tuvo éxito.
Cierto que enfrentamos una seria devaluación de nuestras convicciones y creencias por varios factores que inciden en la materialidad, especialmente el mercado que ha detonado un consumismo atroz.
Las reglas del mercado nos han llevado a tomar decisiones y gustos conforme la ley de la oferta y la demanda. El éxito de las aplicaciones en los teléfonos celulares y en las redes sociales es el llamado “negocio de la atención y la distracción”. Con eso se entiende porque podemos pasamos horas sin despegar la vista de los celulares por su diseño de mantenernos entretenidos con los recursos de la tecnología.
Y todo el cúmulo de conocimiento e información que encontramos en internet, está con el ingrediente de generar duda e incertidumbre. En lugar de ser hombres de buena fe, somos seres humanos incrédulos, arrogantes y soberbios que todo lo ponemos en duda porque lo que nuestra mente light no alcanza a comprender simplemente lo desechamos o nos burlamos.
Y esto nos ha colocado en una encrucijada existencial: si dudamos de dónde venimos y dudamos a dónde vamos al morir, entonces ¿qué sentido y trascendencia puede tener esta etapa terrenal que nos tiene atrapados y enredados?
Una pandemia nos dejó descorazonados y solos. Para unos fue el abandono de cualquier esperanza y fe en que íbamos a sobrevivir. Para otros, la palabra fe dejó de tener sentido y quedó demostrado que nuestra estructura espiritual era muy endeble. Íbamos por el mundo disfrutando de las mieles del poder, el consumismo, sin prisas ni compromisos, sin ideales y sin razones para vivir.
O salvo que unas de las consecuencias de la tecnología digital, sea que estamos perdiendo la capacidad de visualizar más allá de lo físico y material y la mirada hacia arriba la hemos bajado.
Un animal jamás llegará a ser teleológico, ni está consciente de su origen y mucho menos después de la muerte. Un avatar o robot será incapaz de tener esa condición teleológica y nosotros que la posemos de manera natural, la desdeñamos o la rechazamos.
Salimos renegando de la sabiduría de nuestros abuelos y mayores, los calificamos de retrógradas o pasados de moda y nos avergüenza su cúmulo de experiencias y consejos.
Puede resultar fuerte el término de los funerales de Dios para creyentes y quienes tienen fe, pero los hechos parecen confirmar esa intención.
Solo para darnos una idea de la degradación de la fe en que vivimos: En la ciudad Rosario, Argentina existe la “iglesia maradoniana” que rinde culto al futbolista Diego Armando Maradona. Sus fans han ido a “casarse” ahí porque consideran que es una religión. Existe el “culto” a Pancho Villa y sus devotos le encienden veladoras pidiendo que el espíritu del revolucionario los proteja.
Y qué decir del culto al delincuente Jesús Malverde, a quienes los narcos se “encomiendan” y por supuesto el otro culto absurdo a la Santa Muerte.
La crisis de incredulidad está en nosotros, no en la fe.
La crisis es nuestra, en nuestra mente y en nuestras almas, no en Dios. Quedar sin fe es apartar la vista al cielo y posarla solo en la tierra, a nuestro nivel de seres mortales, dando la espalda a la trascendencia de ser racionales, dotados de espíritu y emociones.
Nuestra vista está clavada en unos pequeños aparatos que cargamos día y noche, quedando torcidos del cuello, pero más grave hemos quedado torcidos del alma.
Es la realidad en la era de la soledad y depresión, de la tristeza y el individualismo. Creemos, eso sí, que el tiempo de tener fe es cosa del pasado, de los antepasados y para justificarlo lo llamamos fanatismo, obscurantismo o charlatanería.
Por eso, algunos le han bautizado como los funerales de Dios. No está de moda tener fe, creer y aceptar, sin vergüenza o pena. Sin estar conscientes asistimos al entierro de la fe y de Dios, les damos la espalda para no tener pendientes ni crudas morales.
Nuestra falta de humildad y soberbia intelectual han despertado el deseo de volar con alas mortales y humanas, sintiendo que son suficientes para llegar al cielo, aunque en el camino se derritan por su material de cera.