Rehuimos nuestras enfermedades
del alma que están
en nuestro resorte resolver
Durante siglos el humano ha pretendido dominar y cambiar la naturaleza. Hay un afán desmedido por modificar fenómenos naturales, parar el tiempo o tomar decisiones que dependen de la voluntad y libre albedrío de otras personas.
Si lo lográramos, ese sería nuestro un trofeo desmedido y arrogante, pero debemos de aceptar que es totalmente imposible. Sin embargo, esa imposibilidad es una de las fuentes principales de nuestros sufrimientos y dolores.
Ese ha sido uno de los principales motivos y retos de inventos y aportaciones científicas. El principio de conocer los fenómenos naturales es con la intención de controlarlos o desviarlos, sobre todo cuando se trata de desgracias, pero por lo general, el resultado siempre ha sido el mismo: no podemos cambiar el rumbo del viento y lo que debemos hacer es ajustar las velas de nuestras vidas para navegar.
Las fuerzas de la naturaleza están fuera de nuestro control. El tiempo es inevitablemente consistente y perenne. Y además es un tirano que no concede tregua ni permiso. Segundo tras segundo, minuto tras minuto avanzan cambiando personas y objetos en un proceso de corrosión adquiriendo una conformación del ser. El filósofo griego Heráclito decía que nunca nos podemos bañar dos veces en la misma agua, porque al ingresar de nuevo al río ya es otra el agua.
La vida circula parecido porque cada minuto que pasa en nuestra vida, es un minuto menos. Y de un minuto a otro minuto ya no somos los mismos. El tiempo no se puede enmicar o congelar además de que es irrepetible un momento o un instante vivido.
Mientras no estemos conscientes que hay muchas variables que no dependen de nosotros y por lo tanto no podemos manipularlas será imposible alcanzar la felicidad. La infelicidad o frustración viene por añadidura al sentirnos incapaces de controlar vidas ajenas o decidir por los demás.
Absurdo: nuestro pendiente es la vida de los demás para cambiarla, modificarla, criticarla o destruirla, mientras que no queremos mover ni un ápice nuestras miserias o vicios.
Las enfermedades del alma que, si están en nuestro resorte, pero por lo general rehuimos el tratamiento o la curación porque implica sacrificio, abandono de placeres y gustos. Pero definitivamente requerimos valor para cambiar el rumbo de las velas. El viento seguirá soplando independientemente de todo, depende con que velocidad queremos avanzar.
El filósofo Cicerón[1] en un manual de sabiduría clásica para la segunda mitad de la vida, consciente de que el tiempo avanza inexorablemente y en el mejor de los casos, algunas personas llegarán a la senectud o ancianidad, por ley natural y biológica las cuales no pueden cambiar o detenerse, entre las lecciones recomendaba que una buena vejez comienza en la juventud, principio que en la edad joven no se entiende porque en la plenitud de vigor se abusa de manera inmoderada las facultades físicas. Son como las famosas “I” de los adolescentes que se sienten Independientes, Invencibles, Infértiles e Inmortales. En esa etapa de la vida creen que no dependen de nadie, que nadie les puede ganar, que no existen los embarazos y que nunca se van a morir.
Por lo tanto, la moderación como hábito puede alargar la vida, pero no alcanzar la inmortalidad. Cicerón también hacia notar que no por el hecho de ver a una persona mayor infeliz, significa que la causa es la edad, las razones podría estar en su carácter, pero no en número de años vividos.
Es importante también tener presente que la vida es una sucesión de etapas y que no modificara nada el aferrarse a los placeres de la juventud cuando el momento ha pasado por lo que el que luche contra la naturaleza siempre será vencido.
El ejercicio de la mente es fundamental a medida que se avanza en la vejez. A medida que ejercitemos la mente, ésta se mantendrá lúcida. Para ello, la lectura y la escritura son una excelente práctica para mantener la racionalidad. Con la lectura adquirimos conocimientos y con la lectura y escritura enaceitamos el cerebro. No hay otra forma.
Entre la recomendación de Cicerón también estaba el cultivar un huerto que nos permite mantenernos activos, en contacto con la naturaleza y producir para autoconsumo o por gusto. Esta práctica está muy distante de durar horas y horas sentados jugando en un casino gastando pensiones, patrimonios o ahorros. O estar atados a un celular o televisor fomentando un sedentarismo que cobra muy alto en la salud.
Y otro de los consejos del filósofo, por obvio e inevitable, pero que le rodeamos o creemos que no pensar en ello, nos aleja de ese destino, es no tener miedo a la muerte.
La metáfora de que la vida es como una obra de teatro, donde un buen actor debe saber cuándo retirarse a tiempo de la escena, que hay dramas y comedias en la vida que nos trae risas y lágrimas tiene aquí validez y no caer en la insensatez de aferrarse desesperadamente a una vida que cada minuto de vida es también un minuto más cerca de la muerte.
El movimiento estoico que nació en la antigua Grecia pretendía darle sentido a la vida y ante corrientes filosóficas de los grandes maestros Sócrates, Platón y Aristóteles llegó a la conclusión de propuesta para lograr la felicidad de que los humanos debemos de vivir conforme nuestra propia naturaleza.
Que efectivamente la naturaleza no la vamos a cambiar ni a modificar. Que no debemos sufrir o estresarnos por querer que otras personas actúen o piensen como nosotros. Hemos creado muchos dioses que nos atormentan dominan, desviando el verdadero sentido de la vida con falsas percepciones, espectáculos y escenarios para mantenernos esclavos.
Los estoicos precisaron que una de las fuentes de sufrimiento está en aferrarnos a intentar controlar o pensar por los demás, de no respetar la voluntad y libre albedrio del prójimo. Que no podemos mandar en los toros ni en la naturaleza.
El viento seguirá soplando como debe soplar, en las direcciones que por siglos lo ha hecho. Que debemos de dejar ser Dios a Dios y no querer suplantarlo.
Asi que jóvenes a disfrutar la vida con plena conciencia de que son etapas y que cada momento se puede disfrutar sin excesos. No olviden que cuando ven a una persona mayor tengan presente que como lo ven asi se verán, en el mejor de los casos y si llegan a esa edad. En ellos hay una gran sabiduría que pueden aprovechar porque el sabio no es el que sabe y presume de lo que conoce, sino el que ha tenido muchas experiencias de vida.
Los chavorucos, ese término acuñado para ubicar la etapa entre el verano y el otoño de la vida es el desprendimiento de varias facultades físicas y reflejos rápidos de gato, pero es la adquisición de una madurez reposada y mañosa. Más adelante llegará inevitablemente el invierno.
A quienes se desviven buscando la eterna juventud, que viven obsesionado por su imagen como Narciso que se ahogó en el lago de tanto ver reflejado su rostro en al agua cristalina que cayó y no salió con vida, no debemos perdernos en soluciones mágicas pero temporales de cirugías y resanadas faciales.
La naturaleza no la vamos a cambiar, debemos respetarla y vivir buscando la felicidad conforme nuestra propia naturaleza.
Total, la vida es bella, aunque nosotros la hagamos fea.
CICERÓN, El arte de envejecer, ed. 2020, Koan, España