Leo el último libro publicado por Andrés Oppenheimer, ¡Cómo salir del Pozo![1] y me azora el tema: las nuevas estrategias de los países, las empresas y las personas en busca de felicidad.
Las primeras palabras del libro rezan: “Una ola de descontento recorre el mundo. Paradójicamente, a pesar de que vivimos muchos más años y tenemos un nivel de vida mucho mejor que el de nuestros ancestros (que no gozaban de privilegios como viajar en auto, tener aire acondicionado o recibir anestesia cuando les sacaban una muela) cada vez menos gente se siente feliz”.[2]
Y hay más, de acuerdo al texto, según una encuesta mundial practicada por Gallup aproximadamente a 150 mil personas en unos 137 países, el promedio mundial de gente que afirma no ser feliz, cada año se incrementa. Este porcentaje creció de 24% en 2006 a 33% en la actualidad; según el CEO de la empresa, las emociones negativas (estrés, tristeza, enojo, preocupación y dolor físico) alcanzan niveles récords.
Ese estado de cosas no es producto de la pandemia o recesión económica, las personas ya estábamos insatisfecha desde años antes. De hecho, Oppenheimer ve en el triunfo de los populismos en multitud de sitios, un síntoma de un malestar social mundial: “… también se hizo evidente en América Latina con el triunfo de varios líderes populistas que prometían cambiarlo todo. En México, el presidente Andrés Manuel López Obrador ganó las elecciones en 2018 prometiendo una ‘transformación histórica’ del país. En Brasil, un hasta entonces oscuro diputado de derecha y exmilitar llamado Jair Bolsonaro fue electo ese mismo año tras proponer un giro radical hacia la apertura económica y el conservadurismo social. En Chile, los votantes eligieron por mayoría abrumadora en 2021 a Gabriel Boric, un joven político que venía de la extrema izquierda y buscaba alterar radicalmente el ‘modelo chileno’. En Perú, los votantes les dieron la espalda a los políticos tradicionales y eligieron en 2021 a Pedro Castillo, un maestro de escuela rural casi desconocido, cuyo partido, Perú Libre, se autoproclamaba ‘marxista’ y pretendía una ruptura absoluta con el pasado. En Colombia, ganó en 2022 el exguerrillero y exalcalde de Bogotá Gustavo Petro, que se convirtió en el primer presidente de izquierda de su país”.[3]
Vamos a decirlo de este modo: la infelicidad nos hace idiotas.
Sin embargo, algunas claves para lograr la felicidad se vislumbran ya desde las primeras páginas; y lo más importantes es que, hablando de países, por ejemplo, el crecimiento del producto interno bruto (PIB) no garantiza por sí solo el aumento de la felicidad de una nación; eso se traslada también a las personas. En ese tenor, aunque el crecimiento económico es indispensable, no suficiente para aumentar la felicidad.
Esto quiere decir que hay mucha gente que no es pobre, pero es infeliz, por un lado; por otro, tenemos que la alegría no es un sustituto para la satisfacción de vida. La alegría es un sentimiento pasajero, en tanto que la referida satisfacción es un estado más permanente… aunque la alegría es también uno de los varios componentes de la felicidad: yo puedo estar muy contento al comerme un kilo de chocolate, pero esa alegría va a durarme muy poco si debo regresar a una cabaña miserable sin electricidad, gas o agua potable.
De ahí que el Reporte mundial de la felicidad, junto a la gran mayoría de expertos, valoren más las encuestas de satisfacción de vida que aquellas otras relativas a la felicidad; la clave, dice el autor, para el progreso será, entonces, “complementar el crecimiento económico y la alegría de vivir con políticas públicas que aumenten la satisfacción de vida de la gente”.[4]
Vamos a decirlo de este modo: si la felicidad depende del progreso, de complementar el crecimiento económico y la alegría de vivir con políticas públicas que aumenten la satisfacción de vida de la gente, en México estamos… aviados (claro que se puede decir más feo y utilizar la palabra que empieza con “j”).
Nunca, jamás, había estado el país tan mal; ni el peor PRI es peor que el mejor Morena. Andrés Manuel López Obrador es un cáncer que corroe al país y lo mata lentamente. Mentiras sistemáticas, incompetencia criminal, imbecilidad grosera y corrupción creciente, son el sello de su Gobierno; por no hablar de su alianza inconfesable e inconcebible con el crimen organizado y el empoderamiento del Ejército, esa bestia enorme, babeante, que es sólo fauces abiertas devorando cientos, miles de millones de pesos, cada año.
Por lo demás y para acabarla de amolar, a fin de hacerle frente a la catástrofe, solo hay gentuza cobarde, mezquina, mentirosa, desleal, codiciosa y malagradecida. Repito: el asunto esta jorcido.
Por cierto, lea el libro.
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[1] Oppenheimer, Andrés. ¡Cómo salir del Pozo!, DEBATE, México, 2023.
[2] Ibídem, p. 11.
[3] Ídem.
[4] Ibídem, p. 20.
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