Peter Baker / The New York Times
Washington — Hubo un tiempo, no hace tanto, en que Estados Unidos alardeaba de enseñar al estable y predecible. Cuando enviaba jóvenes avatares idealistas a lugares lejanos del planeta para inocular el estilo de vida estadounidense.
Hoy en día, ese estilo de vida estadounidense ya no parece ofrecer un ejemplo de democracia representativa eficaz para los muchos observadores nacionales y extranjeros. Por el contrario, se ha convertido en un ejemplo de desorden y discordia, que premia el extremismo, desafía las normas y amenaza con dividir aún más a un país polarizado.
La revuelta republicana que llevó a la destitución de un presidente de la Cámara de Representantes por primera vez en la historia de Estados Unidos sería suficiente perturbación. Pero la agitación en el Capitolio se produce mientras un ex presidente comparece ante un tribunal de Nueva York, en un juicio por fraude, mientras utiliza un lenguaje cada vez más violento y sobrepasa los límites de una orden de mordaza. Al mismo tiempo, la ayuda militar para detener a los invasores rusos en Ucrania se ha visto frenada por una minoría republicana en el Congreso y el próximo mes se avecina otro cierre del gobierno.
Las instituciones, que ya estaban tensas durante la presidencia de Donald Trump, se enfrentan ahora a una serie de exhaustivas pruebas de estrés. ¿Los tribunales pueden mantener la fe pública y lidiar de manera creíble con un ex presidente que se postula a su antiguo puesto y que ha sido acusado de tantos delitos que es difícil llevar la cuenta? ¿El Congreso podrá recomponerse lo suficiente como para elegir a un líder, ya no digamos, para abordar cuestiones tan controvertidas como la inmigración, el gasto, el cambio climático y la violencia armada? ¿La presidencia en manos de un político tradicional envejecido como el presidente Joe Biden puede ser una herramienta para curar las heridas de la sociedad?
Por su parte, Biden, reiteró el miércoles su compromiso a intentarlo, mientras prometía trabajar con quienquiera que sea el sustituto del republicano Kevin McCarthy, el depuesto presidente de la Cámara de Representantes. “Más que nada, necesitamos cambiar la atmósfera envenenada de Washington”, dijo Biden. “Sé que tenemos fuertes desacuerdos, pero tenemos que dejar de vernos como enemigos. Tenemos que hablar unos con otros, escucharnos unos a otros, trabajar unos con otros. Y podemos hacerlo”.
Pocos en Washington comparten su optimismo. Y desde luego ese no era el mensaje de su rival en potencia, Trump. El miércoles, fuera de la sala del juzgado de Nueva York, el ex presidente se mostró impasible ante la orden de mordaza mientras atacaba al juez que la impuso. “Está dirigido por los demócratas”, afirmó Trump. “Todo nuestro sistema es corrupto. Esto es corrupto. Atlanta es corrupta. Y lo que sale de Washington es corrupto”.
El ex mandatario lleva tiempo optando por la provocación en lugar de la pacificación. Pero en las últimas semanas ha intensificado la violencia de su retórica. Amenazó con investigar a NBC News por “traición” si volvía a la presidencia, se burló del marido de la anterior presidenta de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi, quien fue víctima de un ataque en su casa, pidió que se disparara a los ladrones en el acto e insinuó que el general Mark Milley, ex jefe del Estado Mayor Conjunto, debía ser ejecutado por traidor. “SI ME ATACAN, LOS ATACARÉ”, escribió en agosto en las redes sociales.
El estilo político incendiario característico de Trump tuvo un lugar importante esta semana en la caída de los republicanos en la Cámara de Representantes, ya que inspiró a los rebeldes de extrema derecha que removieron a McCarthy. Pero los republicanos ya venían preparando este momento desde antes de que Trump ganara la presidencia. En su conferencia, los ultraconservadores presionaron de manera efectiva a dos presidentes republicanos previos de la Cámara de Representantes para que se fueran, aunque sin el espectáculo de la votación que derrocó formalmente a McCarthy el martes.
Claro está que los partidos políticos a veces involucionan en luchas internas. Los demócratas también tienen sus diferencias, aunque no tan drásticas como las de los republicanos, y tienen sus escándalos, entre ellos un senador acusado de corrupción. Además, Estados Unidos ha pasado por otros periodos de profundas divisiones, como en las épocas del macartismo, los derechos civiles, Vietnam y Watergate, por no hablar de la Guerra de Secesión.
Según algunos académicos, ahora la diferencia es que los republicanos de Trump han atacado de manera directa los cimientos del sistema democrático al negarse a aceptar unas elecciones que perdieron y al tolerar, si no alentar, la violencia política, sobre todo el ataque al Capitolio del 6 de enero de 2021.
“Una democracia a punto de salirse de control es la consecuencia de que uno de los principales actores políticos del proceso democrático no acepte las reglas básicas del juego”, afirmó Daniel Ziblatt, profesor de la Universidad de Harvard que publicó hace poco “Tyranny of the Minority” con su colega Steven Levitsky, una secuela de su libro seminal “Cómo mueren las democracias”.
Los ciudadanos estadounidenses ya llevan mucho tiempo resentidos con el país. La última vez que una mayoría de estadounidenses se declaró satisfecha “con el estado de las cosas en Estados Unidos” en las encuestas de Gallup fue en enero de 2004, hace casi dos décadas.
Entre quienes se cree que observan el tumulto de los últimos días con cierta satisfacción se encuentra el presidente ruso Vladimir Putin. El Canal 1 estatal informó el miércoles por la noche no sin un dejo de alegría por la desgracia ajena que “Washington está al borde del caos” y la situación es “tan escandalosa como impredecible”.
Robert Gates, el funcionario republicano de seguridad nacional veterano que fue secretario de Defensa tanto del presidente George W. Bush como del presidente Barack Obama, advirtió la semana pasada en un ensayo publicado en la revista Foreign Affairs y titulado “The Dysfunctional Superpower” que tanto Putin como el presidente chino Xi Jinping estaban haciendo una interpretación peligrosa de los problemas de EU.
Ambos líderes, escribió, están convencidos de que democracias como la estadounidense “han pasado su mejor momento y han entrado en un declive irreversible”, evidente en su creciente aislacionismo, polarización política y conflicto interno. “La disfunción ha hecho que el poder estadounidense sea errático y poco confiable”, escribió Gates, “lo cual prácticamente invita a los autócratas propensos al riesgo a hacer apuestas peligrosas, con efectos que podrían ser catastróficos”.
Y eso sucedió antes del colapso reciente de la Cámara de Representantes. El miércoles, en un correo electrónico, Gates escribió: “Los acontecimientos de los dos últimos días no han hecho más que subrayar lo real que es la disfunción”.