“Todos los jóvenes tienen un pequeño cine porno en el bolsillo con sus teléfonos celulares
y el acceso a este contenido es un clic…”
Escritora Mabel Lozano
El psicólogo austriaco Sigmund Freud, famoso por sus estudios en torno a la sexualidad humana, centró su atención en el líbido como el deseo sexual que regula y domina nuestro cerebro. Para él, todo era sexo, desde los impulsos del niño hacia la madre, los sueños, el erotismo y narcisismo.
Nos concebía como seres hipersexualizados que a través de su creación del psicoanálisis iban brotando recuerdos, experiencias o traumas sexuales. Era una terapia muy polémica porque el pansexualismo (todo está en torno al sexo) daba respuesta o solución a todo, según él.
Sólo que Freud vivió en el siglo pasado y ni remotamente llegó a imaginarse que décadas después, su teoría de personas hipersexualizadas tendrían su galaxia en las redes sociales, cuando la pornografía se ha convertido en una epidemia silenciosa que contagia desde niños hasta personas mayores.
Ni la interpretación de los sueños de Freud llegó a imaginarse la figura del sexo virtual, del intercambio de parejas, página de comercio sexual electrónico, contactos a través de plataformas digitales y mucho menos el sexting o sexo por los teléfonos celulares. Además de que no sería ya tema de adultos, sino de niños y adolescentes de manera abierta y silenciosa.
Entre los mitos sobre la pornografía detectados por la ONG Dale una Vuelta, y que sirve de pretexto o disculpa están los padres de familia que afirman y presumen que “mi hijo (mi hija) no ve esas cosas” o que “un poco de pornografía no hace daño a nadie”.
Otros de los mitos es que la pornografía ayuda a explorar la sexualidad propia y con la pareja. Una frase muy trillada: “la pornografía es entretenimiento, no nos hagamos líos”; también argumentan de que la pornografía no está relacionada con las agresiones sexuales y algunos más honestos sostienen que es muy difícil no consumir pornografía y es casi imposible dejarla.
Antes, para detectar un fenómeno o adicción al sexo se acudía a un psicoanalista o psicólogo. Otros más, a una de las sesiones del grupo de Adictos al Sexo, similar a Alcohólicos Anónimos con la misma terapia de rehabilitación de una adicción.
Pero la verdad es que los números, por la incursión de internet, han rebasado con mucho esas pequeñas disfunciones o pecadillos sexuales. De los últimos reportes, el 81 por ciento de los jóvenes entre 13 y 18 años asegura que ha observado material pornográfico en internet como conducta habitual. La edad media de acceso a la pornografía es desde los 12 o 13 años si no es que antes con la particularidad de que el sexo vende y es más fácil acceder a los niños es por internet.
Ese consumo de pornografía a través de redes sociales, principalmente, es un “fenómeno silencioso, anónimo y secreto” según Jorge Gutiérrez, director de la Asociación “Dale una Vuelta” y han detectado el dato de que niños ya tienen acceso a los celulares que es una de las puertas a la pornografía por lo accesible sumando una oferta ilimitada, alta calidad y hasta interactividad.
No se sabe si puede ser por los “demonios del mediodía”, la temperatura otoñal o el exceso de tentaciones en las redes sociales que hay muchas quejas de esposas sobre el comportamiento de sus maridos a los que han sorprendido varias veces prendidos del celular viendo pornografía gratis o a veces le ponen algún dinerito para que enseñen más.
Pero también, y es lo más lamentable, es que niños y jóvenes ya tienen acceso fácil, rápido y sin costo a aplicaciones y lugares digitales de pornografía explícita y sin ningún control, porque hay que decirle de manera clara que la pornografía es un producto de consumo digital.
No es cosa menor que inclusive ya es motivo de separación de matrimonios o parejas que se han decepcionado al ver a un ser querido o familiar sometido a la adicción de la concupiscencia o pecado de la carne como decían los mayores.
Tradicionalmente se le conocía como “voyerismo” a la insana costumbre de ver por cerraduras de las puertas, ventanas entreabiertas o espiar simplemente a una persona desnuda. También existía la compra secreta de revistas pornográficas que eran escondidas bajo el colchón o se veían a escondidas películas con muchas equis.
La novedad es que ahora los celulares son los principales vehículos para ver, producir, consumir, vender, comprar, extorsionar, exhibir y ofrecer pornografía. Los celulares son como Disney World de la pornografía con personajes, historias y cuentos al por mayor para entretener y divertir.
Si bien dicen que existe el principio de que la vista es normal, o que el ver sin tocar no daña, el problema es que ya hay una crisis familiar y de parejas por ese dispositivo que se puede observar en cualquier lugar y hora, y lo grave es que como muchos hábitos crean adicción y una adicción es una enfermedad del alma que distorsiona y altera la realidad y sobre todo atenta contra la dignidad de las personas.
Se ha dado un proceso de pornificación de las conductas sexuales especialmente por el manejo en las redes sociales. Como toda adicción, implica la soledad en época de los dioses de los tiempos modernos: los dispositivos electrónicos a los que veneramos como ídolos.
La pornografía como una anemia enferma el alma, quita la vida, desangra y exprime la alegría de la vida, del amor y la sexualidad normal. Se considera también que cosifica, principalmente, a las mujeres, deshumaniza, degrada y denigra al ser humano.
Y como cuando el enemigo duerme en casa, el riesgo lo hemos metido nosotros mismos a nuestros hogares. A los niños les entregamos, como dice la escritora Mabel Lozano, un pequeño cine porno que cargan en sus mochilas y bolsillos y con un pequeño clic en su celular activan, sin darnos cuenta un mundo increíble de fantasías, irrealidades y adicciones. Por eso se puede considerar una plaga social porque está en todos lados, nosotros mismos la transportamos.
Jorge Gutiérrez, fundador de Dale una Vuelta, escribió también el libro La Trampa del sexo digital, donde detecta cinco características o síntomas de lo que llama el siglo de las adicciones. La primera es un marcado narcisismo promovido por las redes sociales donde solo interesa el éxito y las apariencias. Luego, el individualismo que ha generado dependencias emocionales. La tercera característica es internet, que ha convertido y pervertido la tranquilidad y paz en la inmediatez y anonimato.
El cuarto síntoma es la gran confusión entre placer y felicidad. Creemos que todo lo que nos produce placer, es la felicidad y por último, la tremenda soledad en una gran paradoja: estamos juntos pero desunidos. Tenemos a una persona enfrente, pero estamos conectados por redes sociales con otras distantes y a veces, hasta con robots o máquinas inertes.
Las estadísticas lo confirman: el 71 por ciento de la personas consultan sobre sexualidad en internet; el 26 por ciento en redes sociales y 8 por ciento en aplicaciones. Esto significa que la casa, escuela o libros han dejado de ser fuentes del tema.
La pornografía en las redes sociales es como el hilo de las medias, basta con jalar uno para que vayan avanzando en deshilarse. Como toda adicción tiene un grado de escalabilidad, que de manera gradual pide y exige más. Se inicia con una pequeña cantidad, de manera curiosa e inocente, y luego genera gusto y placer hasta crear una dependencia. Es un monstruo voraz, que demanda cada vez: más cantidad, más emoción, más atrevimiento como las drogas o el alcohol condicionando al cerebro más novedad y más extremo.
El impacto de la pornografía en nuestro cerebro y comportamiento “estimula de manera prolongada y exagerada el sistema de recompensa, lo que provoca fuertes descargas de dopamina que es la hormona e íntima amiga de la sorpresa, de la expectación. Nada es suficiente para ella, su mensaje suele ser sigue adelante, la satisfacción está a la vuelta de la esquina. La dopamina proporciona el placer de la anticipación, no el de la satisfacción. Su lema es muy sencillo: más”.
Y justamente, las redes sociales son las principales promotoras y detonadoras actuales de la dopamina por su alto potencial adictivo. La dopamina se le conoce como la hormona del placer y de la gradualidad donde todo es cuestión de empezar, como rascarse o comerse unas Sabritas, y todo se va como hilo de las medias.