Reflexión Semanal
Como pastor consejero, he tenido la oportunidad de platicar con cientos de personas que en su momento han atravesado por diferentes situaciones de crisis ocasionadas en muchos casos por un sentimiento, o una experiencia de soledad. Muchas son las historias de personas abandonadas física y sentimentalmente. Y de alguna manera que en ocasiones no podemos entender, ni explicar, la soledad es una experiencia que todos llegamos a conocer, y en la que muchas personas viven, bastantes sufren, algunas la disfrutan y casi todo el mundo le teme.
Pero no es lo mismo estar solo que sentirse solo. Estar solo significa no tener a nadie con quien compartir fracasos y triunfos, es no tener a nadie al lado con quien reír o llorar o, simplemente no tener a nadie con quien compartir la vida.
Pero el sentirse solo, además de lo anterior, también depende de cómo nos sentimos con quienes tenemos cerca. Podemos estar rodeados de mucha gente pero sentirnos solos.
Pero, ¿Qué es la soledad? El diccionario la define como aislamiento o confinamiento, falta de contacto con otras personas.
Existen personas que por propia elección están solos. Algunos a causa de alguna enfermedad. Otros, quizá por hábitos socialmente no aceptados. Y muchísimos más simplemente porque han sido abandonados.
Pero creo que yo que, bajo cualquier circunstancia de la vida, la soledad suele ser vista como desagradable. Puede traer sentimientos de ansiedad, angustia, tristeza, depresión y una profunda ausencia de felicidad. Quizás pueda haber momentos en nuestras vidas que nos sentimos tan profundamente solos, que podemos pensar que hasta Dios se ha olvidado de nosotros, y en realidad no es que Dios se olvide de nosotros, solo que la situación que vivimos puede hacernos sentir que así es. El rey David llegó a sentir esta clase de soledad. Salmo 42:9 “Diré a Dios: Roca mía, ¿Por qué te has olvidado de mí?” Jesús también llego un momento en su agonía que se sintió solo, aunque había mucha gente alrededor de la cruz, Él dijo: “Dios mío, Dios mío ¿porque me has abandonado?” (Mateo 27:46) Y en realidad Dios no estaba olvidándose de su Amado Hijo Jesucristo, solo que Dios estaba cumpliendo un propósito en Él para la humanidad entera.
El apóstol Pablo conocía el dolor de la soledad. Después de muchos años de fiel servicio al Señor, fue a parar a una prisión en Roma. A pesar de que se había entregado al servicio a los demás, Pablo estaba solo al final de su vida; solamente Lucas lo acompañaba (2 T 4.9-16.). Demas, uno de sus primeros compañeros, lo había abandonado, y otros colaboradores se habían mudado. Y tristemente, en su primera defensa ante el tribunal romano, Pablo dijo: “Nadie estuvo a mi lado, sino que todos me desampararon” (v. 16).
Pero Pablo sabía que en realidad no estuvo solo, él dice: “Pero el Señor estuvo a mi lado, y me dio fuerzas” (2 Tim. 4. 17) De igual manera, Jesucristo no experimento para siempre el desamparo, la soledad, cuando Dios cumplió en Él su propósito, vino la gloriosa resurrección. A David Dios le levanto y le saco de la soledad y le dio nuevo ánimo y una nueva esperanza.
Y antes de que Cristo ascendiera al Padre, dejó una promesa para aquellos que creemos y confiamos en Él: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28.20). Estimado lector sería muy bueno que en tiempos de debilidad, soledad o temor, recuerde que el Señor está siempre con usted, aunque quizá no pueda percibirlo. En hebreos 13:5b Él dice: “Nunca te dejaré; jamás te abandonaré”
Bueno ahora siendo así ¿Cuál debe ser la respuesta a la soledad? En primer lugar, mantenga su enfoque en Dios y no en las circunstancias, aprenda a depender completamente de Dios y no de las situaciones. En segundo lugar deje los resentimientos. A pesar de haber sido abandonado, Jesús no guardo rencor ni nada perecido, al contrario, Él dijo: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” Pablo, cuando todos lo abandonaron no guardó resentimientos. Cuando nadie lo apoyó, y todos lo abandonaron dijo: “No les sea tomado en cuenta” (2Tim. 4 16). En tercer lugar, persevere en confiar y esperar en Dios.
Crea estimado lector que, la realidad de la presencia constante de Dios con nosotros, es un hecho cierto, sobre todo en períodos de soledad. Crea en Dios, sea feliz en este mundo y un día vaya al cielo.