Aquella mañana del 20 de julio de 1923 marcó la historia del país y a la ciudad que desde hace 30 años hace la representación del crimen y dio pauta a las Jornadas Villistas
Alejandra Pérez | Luis G. Prieto/El Sol de Parral
Parral, Chihuahua.- La decisión que tomó Francisco Villa para hacer de la ciudad de Parral, la sede de su retiro ya consumada la revolución se convirtió en una comunión entre ambos que perdura hasta la actualidad, pues se respira al general en cada esquina y en particular la de las calles Zaragoza y Juárez, donde una mañana lluviosa del 20 de julio de 1923 fue asesinado después de abordar su automóvil y es un punto que luce casi igual que hace 100 años.
Aquel día el Centauro del Norte, entonces 45 años de edad, salía de su casa ubicada en esa esquina y que no ha cambiado desde entonces, la fachada es la misma y su franco deterioro muestra que el inmueble no ha sido modificado a lo largo de un centenario en el que hubo una frutería, una tapicería y hasta diversas cantinas.
El trayecto que él solía hacer sí se ha transformado, la avenida Juárez que solía verlo pasar en su auto Dodge Brother 1922 luce con muchos más vehículos y un tendido eléctrico que obstaculiza la visión al cielo hasta llegar calle abajo, hacia la Plaza Juárez, el ambiente recupera sus aires de principios del siglo XX rodeado de las construcciones que el general vio muchas veces, antes de ser atravesado por las balas que salieron de una bodega de granos, sitio que en la actualidad erige un museo en su memoria.
En esa bodega, un grupo de hombres armados encabezados por el diputado Jesús Salas Barraza –según los archivos históricos– le tendió una emboscada, luego de planearlo tres meses, justo donde se cruzan las calles Juárez y Gabino Barreda. Un borracho fue quien les dio la señal, Villa iba al volante del vehículo y lo acompañaban seis hombres de los cuales sólo uno sobrevivió al ataque.
Crimen al que se le dio un carácter político, pues se dijo que el autor intelectual había sido el general Plutarco Elías Calles quien temía que Pancho Villa volviera a levantarse en armas, sin embargo, sus verdugos entre ellos Melitón Lozoya aludieron entonces a cuestiones personales a causa de arbitrariedades cometidas por quien alguna vez fue el jefe de la División del Norte.
Desde hace 30 años este breve recorrido y la narrativa son el escenario de una representación teatral que rememora su vida y muerte, actualizando de manera artística el crimen que en su momento dio reflectores a Parral y hoy en día, se aprecia como un emblemático atractivo turístico que deja millonarias ganancias a la ciudad.
Aquí sigue su casa, la calle que desciende, la emblemática plaza en honor al Benemérito de las Américas y la bodega que ya no alberga semillas sino los recuerdos del hombre que además de morir de manera trágica, se fue en un contexto de intrigas y dolor producto de la Revolución en México; todos los elementos para convertirlo en leyenda.
Como si no se hubiera ido…
Pese a la interrumpida existencia del Centauro del Norte, en Parral permanecen aquellos edificios de la época porfirista que le procuraron a la ciudad una imagen de orden y progreso: el majestuoso Palacio de Alvarado, el Hotel Hidalgo, la Plaza Juárez y la fábrica de zapatos de Emilio Arroyo también conocida como “el cuartel de Villa” y todos estos sitios con alguna conexión con el general como si no se hubiera ido.
Se documenta que un día, en su juventud Francisco Villa conoció a Pedro Alvarado quien a las afueras de su residencia lo vio herido y le brindó ayuda. Alvarado, quien era un acaudalado minero de la región, se ganó la fama de filántropo pero sobre todo, de ser quizá el hombre más poderoso de la ciudad cuya riqueza se vio reflejada en la edificación de su imponente palacio.
Villa había llegado a Parral huyendo de las autoridades que lo perseguían en Durango, pues era un forajido, por lo que le tocó laborar como peón en la construcción de la Plaza Juárez, sitio que años más tarde sería mudo testigo de su crimen.
Cuando el caudillo murió fue velado en otra joya del porfiriato, el Hotel Hidalgo, un inmueble de su propiedad que adquirió un año antes de morir y que heredaría a su esposa, considerada la legítima entre otras más, Luz Corral. Curiosamente, Pedro Alvarado fue su primer dueño, tras mandarlo construir con el arquitecto cubano Amerigo Rouvier después de concluir su casa en 1903.
Un peligroso bandido güero y de ojos verdes
Villa también dejó huella en el papel, según lo constata el Archivo Histórico de Parral, en cuyo acervo aparece un tal Doroteo Arango que era buscado por los delitos de robo y homicidio, así como por haberse fugado de la cárcel en su natal San Juan del Río, Durango.
Forajido que decidió cambiar su nombre a Francisco Villa, el cual asumió probablemente con la muerte del líder de su gavilla que así se llamaba. Pero su carrera criminal no se reducía sólo a ello, ya que en otros documentos lo señalan en compañía de Estanislao Mendías y Matías Parra por haber despojado a Jesús Uranga de “unos dos mil pesos, varias prendas de vestir y algunas alhajas”, así como de robarle unas reses a doña Guadalupe Prieto, viuda de Flores.
‘Este peligroso bandido’ aparece en otras ocasiones entre el papel, particularmente después de morir; el mismo día de su asesinato se solicitó la autopsia para su cadáver y el de cinco hombres más que fallecieron en igualdad de condiciones.
“He de merecer a usted que, practicada la autopsia respectiva, se sirva mandar inhumar el cadáver del general Francisco Villa quien falleció hoy como a las 8:00 de la mañana a consecuencia de heridas de arma de fuego. El occiso era como de 46 años de edad, casado, agricultor, vecino de la hacienda de Canutillo, estado de Durango, se ignora de dónde es originario y de quién es hijo”, escribió en su momento el juez del Registro Civil.
¿Dónde quedó la cabeza del caudillo?
La muerte permitió a Francisco Villa trascender al grado de leyenda, pues el entierro, el supuesto olvido y la repartición de sus bienes no finiquitaron su historia. El 6 de febrero de 1926 un periódico local publicó que su cuerpo había sido profanado y más aún, su cabeza cercenada… se la habían robado.
El Correo de Parral informó que una nueva transgresión en su contra se había cometido, desconociéndose los móviles. En el panteón de Dolores donde sus restos descansaban, se apreciaba la fosa abierta y encontraron algodones tintos de sangre presumiblemente como resultado de una herida que se ocasionó la persona que le cortó la cabeza, aparte de una botella con “un extraño olor a solución química”.
La redacción advertía que la cabeza del general no habría salido de Parral, a pesar de que tenía un valor de cientos de miles de pesos y apuntaba como sospechoso a un estadounidense de 50 años que días antes del suceso acudió al cementerio para preguntar por la tumba de Villa. De igual manera corrió la versión de que el cadáver completo había sido cambiado con anterioridad a otro lugar para prevenir lo ocurrido y que los ladrones no se llevaran ninguna parte de Villa sino de otra persona.
Este rumor se extendió al grado que los locales creen todavía que los restos del Centauro del Norte permanecen intactos en Parral, ocultos para evitar vejaciones o ser reubicados, lo que posiblemente ya sucedió según el decreto publicado en el Diario Oficial de la Federación el 16 de noviembre de 1976, cuando se instruyó la exhumación y el traslado de sus restos al Monumento de la Revolución en la Ciudad de México.