En 1950, en su ensayo “Maquinaria informática e inteligencia”, Alan Turing propuso, de inicio, considerar la pregunta “¿Las máquinas pueden pensar?” para, luego, responderla.
Aunque en su ensayo, también conocido como “la prueba de Turing”, Turing no dijo que literalmente las máquinas podían pensar, metafóricamente sí lo dijo explicando que, si la persona que interactúa con una máquina no puede distinguir si está interactuando con una máquina o con una persona, entonces se podría decir que una máquina es capaz de “pensar”.
Gracias a eso, Turing es considerado por muchos como el padre de la inteligencia artificial (IA); no obstante, los expertos coinciden en que, si bien Turing es uno de los precursores de la IA, el verdadero padre es John McCarthy, quien en 1956 acuñó el término “inteligencia artificial” refiriéndolo como una nueva disciplina científica basada en la hipótesis de que todas las funciones cognitivas podrían ser descritas con tal precisión que sería posible programar una computadora para reproducirlas.
70 años después, entendida como una tecnología capaz de imitar la inteligencia humana, la IA y sus máquinas “pensantes” es parte de una realidad imparable que, aunque según los expertos está en su primera etapa de desarrollo (AIE), está muy cerca de entrar a una segunda etapa (AIG), y cada vez más cerca a llegar la tercera y más preocupante etapa: la súper inteligencia artificial (SIA), que supone que la inteligencia sintética superará a la humana.
Independientemente de la etapa de desarrollo de la IA en la que estemos, el meollo del asunto está en dilucidar, tal como lo planteó Jaron Lanier desde el 2010, si una máquina se ha vuelto más inteligente, o si simplemente bajamos nuestros propios estándares de inteligencia hasta tal punto que la máquina parece inteligente.
Al respecto, Lanier, enfatiza que, si bien es de esperar que la perspectiva humana cambie al encontrarse con nuevas tecnologías profundas, tratar la IA como algo totalmente real requiere que las personas reduzcan sus estándares de inteligencia y, con ello, reduzcan su amarre a la realidad. Claro que, para como han pasado y están las cosas con la IA, lo dicho Lanie pareciera ser más una especie de profecía.
Total que, para el 2014, vislumbrando el ‘boom’ de la IA y su predecible impacto, Elon Musk la equiparó con algo demoníaco: Con inteligencia artificial estamos invocando al demonio. Es como esas historias en las que alguien está con el pentagrama y el agua bendita seguro de que puede controlar al demonio, pero no fue así.
El meollo del asunto con la IA es pues que, en 2023, luego de observar el impacto que han tenido ChatGPT y otras aplicaciones o plataformas de IA, urge detenerlas temporalmente porque, como bien lo advirtió un importante grupo de científicos informáticos y personajes de la industria tecnológica, la IA competitiva con humanos plantea fuertes riesgos a la sociedad y la humanidad, desde inundar el internet con desinformación y automatizar trabajos, hasta riesgos futuros más catastróficos sacados del ámbito de la ciencia ficción.
Aída María Holguín Baeza
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