“Nuestros reflejos de los órganos del cuerpo no son los mismos por el simple hecho de que hemos ido dejándolos de usar y a cambio, hemos desarrollado nuevas habilidades y reflejos “digitales”
“La memoria es el diario que todos llevamos con nosotros”
– Oscar Wilde
Si para el periodista sueco Víctor Pavic Lundeberg[i], la computadora y el IPhone son como el cerebro y el corazón, sin especificar cuál es cuál, el GPS sería la brújula de nuestra vida y destino.
A estas alturas, nadie duda de las herramientas digitales, como los teléfonos inteligentes, computadoras, videojuegos y demás artefactos o “dispositivos” con aplicaciones en las redes sociales que han transformado nuestras vidas de manera permanente y gradual. Es imposible concebir que actuamos o reaccionamos igual que hace años.
Nuestros reflejos de los órganos del cuerpo no son los mismos por el simple hecho de que hemos ido dejándolos de usar y a cambio, hemos desarrollado nuevas habilidades y reflejos “digitales”. Somos duchos en lograr selfies panorámicas o desde la posiciones más incómodas o atrevidas, contestar mensajes con una rapidez inusitada, chatear mientras manejamos, hablar por teléfono de manera simultánea mientras vamos revisando Instagram y luego vamos respondiendo mensajitos, viendo memes y Facebook. Todo al mismo tiempo. Los dedos de la mano se han mimetizado en tentáculos de pulpo diestros y hábiles para localizar antiguas fotos, mensajes guardados y hasta contactos extraviados.
Para el cerebro, todo esto es un ejercicio novedoso. Para la neurociencia es un proceso de reconversión porque se dejan de utilizar determinadas áreas de uno de los hemisferios cerebrales y, ciertamente, pudieran activarse otras, o simplemente se nos queda en blanco. Todavía se sostiene la teoría de que el cerebro, desde que nacemos, es una tabla en blanco -tábula rasa- que al paso de los años vamos enriqueciendo con datos y conocimientos, para conformar lo que llamamos sabiduría. Es como un amplio pizarrón donde vamos plasmando emociones, información y experiencias.
El cerebro va desarrollando, a medida que lo alimentamos, la función de la memoria como un gran almacén[ii] que al acumular datos tenemos un gran inventario de recursos para hablar, escribir, disertar o diseñar. Una bodega vacía es sólo eso: un espacio hueco que no ofrece ni produce nada.
El panorama es que cada día usamos menos la memoria. A mayor tecnología, menor requerimiento de retener datos y conocimientos. A cada dispositivo equipado con inteligencia artificial o aplicaciones de los “teléfonos inteligentes” nuestra capacidad de memoria se disminuye al usarla menos. Y siendo realistas y honestos tenemos al día más hora-uso de los celulares que la propia memoria que al ejercitarla menos, se expande menos y se atrofia por inacción.
Tan simple el dato: un porcentaje considerable de personas pasan más tiempo en los medios digitales de lo que le dedican a dormir. El teléfono celular es el amuleto del siglo XXI que no lo dejamos por ningún motivo. Ya es la prenda prioritaria, invariablemente indispensable y prótesis de nuestro cuerpo.
No confundamos que el uso de la computadora para trabajar nos limita o suple el cerebro, sino que nos auxilia a tener archivos a la mano, herramientas matemáticas rápidas y abreviar horas de trabajo como un auto que nos lleva cuando viajamos para desplazarnos a cientos o miles de kilómetros, pero eso no significa que todo el día andamos en automóvil y permanentemente estemos conectados.
El hipocampo está en el lóbulo temporal del cerebro y está muy relacionado con la memoria y el aprendizaje. Además, sirve para orientarse en terrenos desconocidos, como cuando nos meten en un laberinto, salimos auxiliados por el hipocampo. Indudablemente que el cerebro es el órgano más complejo y sofisticado.
Desde la aparición del GPS (Sistema de Posicionamiento Global), que formalmente es un servicio que proporciona a los usuarios datos o información sobre posicionamiento, navegación y cronometría. O sea, sirve para que me diga dónde estoy, por dónde me tengo que ir a un destino y en qué tiempo llegaría. Lo dividen en tres segmentos: el segmento espacial, de control y del usuario.
Con esos principios del GPS ya tenemos algo más que una brújula que siempre indica el rumbo del norte por la aguja imantada que tiene. El GPS tecnológico es casi el sustituto del hipocampo cerebral que nos proporciona ubicación, pero sin esfuerzo alguno de nosotros. Simplemente ya no retenemos nombres ni ubicación de calles, nomenclatura y numeración. Es como si alguien nos toma de la mano, nos conduce y ahí nos deposita. No sabemos cómo llegamos, ni cómo regresarnos.
El hipocampo cerebral era nuestro GPS natural, pero ahora lo hemos cambiado por uno artificial y hemos dejado en desuso al cerebro.
Nos dejamos conducir por la ruta que decide el GPS y con voz femenina nos va señalando distancias y dónde dar vuelta a izquierda o derecha. Eso ha dañado la capacidad de ubicación u orientación que hasta muchos animales gozan de ese instinto para no perderse y volver por el mismo camino en la espesura del bosque.
Ahora, Caperucita Roja no daría con la casa de la abuela sin el GPS, el leñador no hubiera llegado tampoco a la zona del intento agresor y caníbal del lobo y tal vez, el final del cuento sería otro.
Si la fractura de una extremidad del cuerpo implica ejercitarla gradualmente para recuperar su fuerza y movilidad o en caso contrario, se queda sin entrenamiento y sin fuerza muscular. Al dejar de ejercitar el cerebro en cuestiones de memorización, nos exponemos a una degradación de este.
Del cerebro nos hemos despreocupado y presumimos de “cosas inteligentes” o novedosas jactándonos que cada vez hacemos actividades con menor esfuerzo, pero no nos percatamos que en el menor esfuerzo va el menor uso del cerebro.
Cuando hay descenso mental, implica menor uso del cerebro y también le llamamos decadencia mental. Es cuando caemos en la cuenta de que descenso o decadencia es lo mismo que demencia, que significa disminución de la mente.
¿Hasta qué punto, se puede dar el paso de una demencia senil que es la disminución o decadencia de las funciones mentales a una decadencia digital, que nos ha acostumbrado a usar menos el cerebro y dejarnos llevar y conducir por las máquinas?
Spitzer dice que antes se leían textos, que consistía en conectar la vista con el cerebro para descifrar o decodificar signos, entender el contexto y significado de las palabras que le dan sentido y forma a las ideas donde las palabras tienen fuerza racional; hoy en día se “desnatan”, es decir, se pasa por encima de los textos como si se les quitara la capa de nata de encima, lo que puede clasificarse de superficialidad[iii] (CARR) o banalidad[iv] (CONTRERAS).
Si antes se penetraba en la materia para discutir o analizar a fondo un tema, hoy se surfea en la red, porque siempre se va por encima sin abordar lo esencial, deslizándose por la superficie de los contenidos. Una muestra es en los sistemas educativos que lo que el maestro escribía en el pizarrón, invariablemente el alumno lo escribía de su puño y letra en el cuaderno. Con la tecnología, el alumno le toma una foto con su celular, lo que está muy distante de que se le grabe en el cerebro.
Al no utilizar el cerebro no se genera una huella, o sea, no aprendemos nada. Y el dilema actual es o grabar en el cerebro o almacenar en la nube, como lo plantea Spitzer, puede confirmar lo que llamamos la era de los desmemoriados, por no llamarles descerebrados.
Y al ir menguando nuestra memoria por la baja retención de datos y conocimiento, la brújula que traemos incluida en el organismo dejará de funcionar. Nuestro GPS, con sus funciones de ubicación, orientación y rumbo naturales, quedarán desactivadas, al encender el GPS tecnológico del robot en el automóvil y en el celular.
Puede sonar patético, pero nos han robado el GPS del cerebro y nos lo han suplido por el GPS de un robot.
Nos robaron el GPS de la vida y podemos caer en el abismo digital.
1.- # PAVIC L. V. (2023) Testigos ocultos, Vergara ediciones, Argentina
2.- # SPITZER, Manfred (2012) Demencia digital, ediciones B.S.A., Barcelona
3.- # CARR, Nicholas (2020) Superficiales. ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes?, ed. Taurus
4.- # CONTRERAS, Javier (2020) La banalización de la verdad, editores UACH, Universidad Autónoma de Aguascalientes, México
Facultad de Filosofia y Letras / UACH
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