El amor como lo virtual,
no rima con la realidad
¿Estamos conscientes que en ese inmenso ecosistema de las redes sociales ya no existimos como ciudadanos, nos empezaron a calificar como usuarios y terminamos siendo etiquetados como clientes?
Tanto clientes comerciales como clientes políticos es la reducción a que fuimos sometidos, debido a que las redes sociales son el centro de relaciones entre la gran mayoría de las personas. Las actividades productivas, sociales, políticas y lúdicas funcionan como las nuevas reglas de convivencia y sobrevivencia que ahora bailamos al son que toquen las redes sociales. Se han constituido como el nuevo ritmo de vida y de aceptación o rechazo.
Del viejo dilema en la obra Hamlet de William Shakespeare de ser ono ser, que servía de reflexión en la disyuntiva de existir o no existir, de estar o no estar, de morir o vivir en un poema que debatía entre el sueño de vivir y el sueño de morir, hoy en el entorno digital ese dilema se reduce a estar conectado o estardesconectado. Asi de brutal es el planteamiento: el que está conectado a internet está en el mundo visible, es el sery el desconectado no está, no es, no existe, y por lo tanto es invisible, es el no ser.
La filosofía, desde hace siglos, a través de varios pensadores como Parménides y Aristóteles había abordado la importancia de la conciencia de existir como esencia del ser: lo que existe, es. Parménides decía que lo que puede ser pensado y sobre lo que se puede hablar, existe y por lógica, el no ser no puede ser pensado ni dicho.
Para Aristóteles la diferencia entre el ser y no ser, la ubicaba en los conceptos de acto y potencia. Por ejemplo, cuando un ser convierte su potencia en acto, al moverse, demuestra que existe. De ahí, que la noción de ser en la filosofía sirva para designar la materia, naturaleza, el mundo exterior, lo que tocamos.
Por eso, el impacto de las redes sociales en el actual ecosistema es crucial porque ha influido en conceptos de siglos con consecuencias sociales a raíz del desarrollo tecnológico. Ser o no ser. Estar o no estar en las redes sociales. Existir o morir.
Esa regla se ha convertido en una dictadura digital de aceptación o rechazo donde las redes sociales dictan reglas en la vida real y como en un juego de reunir puntos o likes, significa triunfo y mayor prestigio a quien reúna más fichas.
Ahora, las redes son el centro de las relaciones sociales[1] donde participa la mayoría de las personas y la obtención de likes es sinónimo de visibilidad y éxito. Tanto es el impacto en todos los segmentos que, si antes uno de los máximos sueños de los niños era ser bombero, policía o astronauta, hoy, el 28 por ciento, casi la tercera parte, quiere llegar a ser youtubers. Otro tanto sucede con el anhelo de llegar a ser sicario, por influencia de las narcoseries y narcocorridos que son los principales promotores de una cultura del crimen organizado.
Cuando George Orwell escribió su libro 1984[2] entre los años 1947 y 1948, esta novela de ficción describía a una “policía del pensamiento” que ya visualizaba los controles, sin que se pensara en la posibilidad de la tecnología digital. Sin embargo, el concepto de panóptico (de ver y vigilar todo) se veía como una ilusión lejana e imposible.
Esa policía del pensamiento funciona ahora en las redes sociales como un vigilante ante el cual nos ponemos voluntariamente las esposas, como mansos corderos, cedemos nuestros sentidos, atención y vida; aceptamos ser rehenes de gustos, modas y consumo de marcas.
Ese control se materializa ahora en una dictadura digital que pone en riesgo a la misma democracia. Adrián Laje[3]sostiene que estamos viviendo una dictadura digital como una perfecta dictadura que se expresa de diferentes maneras. Una de ellas es similar a una guerra de guerrilla digital, donde se da un asedio de memes, Tik Tok, mensajes, fotos, videos virales desde los más absurdos, grotescos e increíbles para distraer nuestra atención y no pensar, sino solo ver o periódicos alternativos con teorías o debates jocosos, irreverentes, vulgares.
La dictadura digital se impone a través de las redes sociales y nosotros somos los principales promotores sin darnos cuenta. Utilizan muchas o miles de cuentas creadas exprofeso para dar la impresión de que hay coincidencia en las opiniones confundiendo a los usuarios. Esas cuentas son los llamados bots, que son robots que actúan como si fueran personas e invaden las redes en contra o a favor de un gobernante o político.
Esto ha potencializado a gobiernos autocráticos y totalitarios que han aprovechado la revolución digital a su servicio, haciendo creer que vivimos en un estado de derecho y de plena libertad de expresión. Eso les ha permitido perpetuarse en el poder.
Nos prometieron que internet sería, por fin, la galaxia de convivencia y contacto sereno y democrático entre los habitantes; que podríamos discernir y discrepar libremente sin que nos sometieran a linchamientos digitales y mucho menos que se convertiría en una herramienta de control y manipulación de gobiernos totalitarios, autocráticos o populistas. Y ahora lo utilizan para mantenerse y perpetuarse en el poder.
El caso de China es el mejor ejemplo de internet al servicio del control gubernamental. Pomposamente le llaman programa de “administración social” pero es un mecanismo de vigilancia a través de la tecnología digital. Cada vez que presumimos más de esas nuevas herramientas digitales estamos más enredados. El gobierno chino ha almacenado información digitalizada que les sirve para detectar comportamientos impropios de ciudadanos chinos. La disidencia y la oposición de inmediato son detectados por los propios dispositivos y saben de las actividades que afectan al partido en el poder.
Según su “comportamiento” registrado digitalmente les otorgan “créditos sociales”. O sea, los vigilan y el que se porta mal es castigado y el leal al partido y gobierno son premiados. Con esa vigilancia ejercida, detectan desde la temperatura física y social o logran el reconocimiento facial, a través del polémico Tik Tok.
Si bien, la información es poder, hoy las redes sociales constituyen un poder de control y manipulación, donde matar digitalmente a alguien, significa matarlo políticamente. O, aunque no se trate de política el principio es que, si no existe en las redes sociales, no existe en la realidad social. Por eso, para un político es imposible sobrevivir sin las redes sociales, que se las convertido en trincheras, parapetos y escudos o lanzamisiles.
La dictadura se ejerce desde las empresas que proporcionan el servicio de internet, que se han arrogado el derecho de censura de determinados temas que a su “juicio” denominan opiniones “incorrectas” de las “normas comunitarias” Si usted expresa una opinión discordante de la “política” de las empresas de internet lo eliminan o bloquean. Paradójicamente exigen tolerancia y respeto a determinadas opciones minorías, muy respetables por cierto, pero extrañamente no toleran opiniones discordantes de mayorías, lo que no es democracia, ni siquiera selectiva, sino simplemente es una dictadura digital.
En internet y redes sociales lo que rifa (como dicen en las pandillas de barrio) es la ideología de la empresa, pues no es un espacio público ni libre. No existe la platónica o soñada ágora (plaza pública de los griegos donde discutían sus temas públicos) sino una plaza controlada, vigilada y sometida.
Y lo más grave es que creemos que somos libres en la era del pensamiento único y homogéneo. Se debe de pensar cómose piensa en las redes sociales. Se debe actuar con los supuestos valores que nos obligan a adoptar para ser “políticamente correctos”.
Y si desaparecen las opiniones e ideas libres, desaparecen los derechos y libertades políticas.
Se presume de un mercado libre en internet, pero no el ideas libres.
Asi es como hemos llegado a la dictadura digital, que es una dictadura perfecta porque abarca todas las áreas y actividades del ser humano.
[1] VIDAL, Tiago, Marlene Gaspar (2019) La dictadura del like, o tal vez no, 4 de septiembre de 2019.
[2] ORWELL, George, 1984, editorial De Bolsillo, 2020
[3] LAJE, Agustín, 2021, Las bigtech y el fin de la democracia, 13 de enero de 2021
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