“Su sueño no había sido tranquilo, pero, por lo mismo, probablemente tanto más profundo. ¿Y qué debía hacer él ahora? Las elecciones comenzarían en breve; para estar a punto era preciso darse una prisa loca, el discurso no estaba aún redactado y, por último, él mismo no se sentía nada dispuesto.
Además, aunque alcanzara a llegar a la primera Rueda de Prensa, no por ello evitaría las escenas, dándole sustento a su fama de impuntual.
‘Y ¿si les dijera que estaba enfermo?’, se preguntó; pero esto, fuera de ser muy penoso, infundiría sospechas, pues Javier, en veinte años que llevaba en política, no había estado enfermo ni una sola vez. No le había hecho ascos a nada y, literal y metafóricamente, se había comido todo lo que le habían servido o él mismo había ayudado a cocinar. Tenía estómago de hierro y todos los que lo conocían de cerca lo sabían.
Mientras pensaba todo esto con la mayor rapidez, sin poderse decidir a abandonar el lecho —justo el despertador daba un cuarto para las siete—, llamaron cuidadosamente a la puerta que estaba junto a la cabecera de la cama. —’Javier —dijo una voz, la de la esposa (Javier no tenía madre)—, son un cuarto para las siete. ¿No es hoy el día?’.
¡Qué voz tan suave! Javier se asustó al oír en cambio la suya propia, que era inconfundiblemente la de siempre, pero que salía mezclada con un doloroso e irreprimible chillido, un toque de verdad y de decencia al que no estaba habituado. Las palabras, al principio aparentemente claras (‘ética’, ‘dignidad’, etc.), se confundían luego, resonando de modo que no estaba uno seguro de haberlas oído. Si uno conocía a Javier, claro.
Él hubiera querido contestar extensamente, explicarlo todo; pero en vista de ello se limitó a decir: —‘Sí, sí. Gracias, madre (así le decía a su esposa de cariño). Ya me levanto’.
Debido a la puerta de madera la mutación de la voz de Javier no debió de notarse, pues su mujer se tranquilizó con esta respuesta y se alejó. Pero este corto diálogo hizo saber a los demás miembros de la familia —su suegra, sus perros, un gato y un perico— que Javier, contrariamente a lo esperado, estaba todavía en casa.
Luego los perros, guiados por su instinto, acudieron a rasguñar la puerta lateral, como diciendo: ‘Javier, Javier, ¿qué sucede?’; y hasta su suegra se acercó y detrás de la otra puerta, se lamentaba suavemente: —‘Javier, ¿no está bien? ¿Necesita algo?’. —‘Ya estoy listo’ —respondió Javier a todos a un tiempo, esforzándose en pronunciar y hablando con gran lentitud, para disimular el sentido extraño de sus palabras que, por primera vez, parecían juiciosas pero, sobre todo, sinceras e inteligentes.
‘No conviene estar de ocioso en la cama’, se dijo Javier al final. Y se levantó para encarar su día. No sabía cuánto duraría esto, pero tenía que aprovecharlo al máximo. Por primera vez en mucho tiempo, sintió la necesidad de dejar de ser una alimaña. Además lo necesitaba.
Levantarse fue más fácil de lo que creyó al principio. Antes, ese sencillo acto resultaba una ardua tarea. Primero trataba de sacar de la cama la parte inferior del cuerpo, demasiado difícil de mover; todo iba forzosamente despacio; debía concentrar toda su energía y arrastrarse sin contemplaciones hacia adelante, cuidando de calcular bien la dirección pues de lo contrario se golpearía como ocurrió la primera vez, cuando dejó de ser humano y se convirtió en insecto. Pero ese día no. Javier sintió con certeza que no requería de ayuda”.
Continuará…
Contácteme a través de mi correo electrónico o sígame en los medios que gentilmente me publican, en Facebooko también en mi blog: http://unareflexionpersonal.wordpress.com/
Luis Villegas Montes.