Compartamos el espíritu humano a través de la amistad
Para abordar los problemas que aquejan al mundo, advierte la ONU, es necesario atajar las causas que los provocan. Y ese atajo implica fomentar, cuidar y mantener las relaciones de amistad.
Conscientes de que existen desafíos, crisis y fuerzas divisorias (pobreza, violencia y violaciones de los derechos humanos) que amenazan la paz, la seguridad, el desarrollo y la armonía social entre los pueblos del mundo y dentro de sí mismos, es oportuno tomar y crear conciencia de que, como acertadamente lo dijo Ban Ki-moon, hay algo mucho más fuerte que los problemas que aquejan al mundo, y ese es el poder del espíritu humano, el poder de la amistad.
Claro está que, con ‘amistad’, se refiere a la auténtica y verdadera; o sea, al sentimiento recíproco común a todas las personas que, ya materializado, refleja lo mejor del espíritu humano.
De ahí que, en reconocimiento de la pertinencia y la importancia de la amistad, la Asamblea General de las Naciones Unidas haya designado el 30 de julio como Día Internacional de la Amistad. Día que, año con año, debe servir para promover los valores, actitudes y comportamientos necesarios para la construcción, consolidación y conservación de la cultura de paz.
Es pues la amistad poderoso medio a través del cual se manifiesta y materializa la solidaridad necesaria para lograr el bien común y la cultura de paz; logro que, en definitiva, enaltece, exalta y preserva la esencia del espíritu humano (Bien lo dijo Epicuro: la amistad es una virtud derivada de la sabiduría y, más que un medio, es un fin en sí misma).
Es quizás por eso que, desde el 2020, el Día Internacional de la Amistad conserva el lema “Compartir el espíritu humano a través de la amistad”; es decir, porque existe todo un contexto que así lo exige y amerita. Sobre todo, considerando que, en sentido amplio, ‘compartir’ es un acto de noble reciprocidad: “es dar y saber recibir, ofrecer y aceptar a las personas, manifestar y comprender ideas y sentimientos, cooperar en actividades y admitir cooperación, ser solidarios con todas las personas, sin prejuicios; y sentirse corresponsable de la paz y del bienestar de todas las personas”. Concepto que, indiscutiblemente, va de la mano con que lo implica la verdadera amistad; o sea, la que, de acuerdo con Aristóteles, se sustenta en la búsqueda del bien y, por tener el bien como horizonte, estará apoyada en la virtud y traerá la concordia.
El asunto es que -por obvias razones- resulta imprescindible reflexionar respecto al hecho de que la amistad entre los pueblos, los países, las culturas y las personas puede, sin duda alguna, inspirar iniciativas de paz que, promoviendo el diálogo entre las civilizaciones, la solidaridad, la comprensión mutua y la reconciliación, derrumben muros y tiendan puentes entre las comunidades.
A modo de aclaración, finalizo citando lo dicho alguna vez por el teólogo y poeta galés, Rowan Williams: La amistad es algo que crea igualdad y reciprocidad, no una recompensa por encontrar la igualdad o una forma de intensificar la reciprocidad existente.
Aída María Holguín Baeza
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