No se quién —no lo recuerdo—, pero alguien, me dijo hace poco, palabras más, palabras menos, que yo debo de estar loco de atar. Que debo estar inmerso en dos, tres o cuatro cosas, para estar a gusto; y sí.
Digo, no que esté loco, sino que me encanta andar metido en la chirinola y son dos o tres, mejor.
Uno de los proyectos en los que estoy inmerso, del que les contaré más a detalle cuando se acerque la fecha, es el de una asociación civil para auxiliar a las niñas, niños y adolescentes que, año con año, son violados, atacados o abusados sexualmente. Esos ataques se perpetran, principalmente, en el núcleo cercano de la víctima (familiares, vecinos o conocidos), y en un afán de hacer algo por ellos, de brindarles apoyo psicológico, médico y legal gratuitos, es que estamos organizando, el Club Chihuahua-Enlace y un pequeño grupo de personas, entre los que se hallan contadores, administradores, médicos, ingenieros, psicólogos, abogados, políticos, ciudadanos de a pie, etc., una asociación civil que desarrolle esta labor. No les puedo contar del entusiasmo de todos ellos; la generosidad, la altitud de miras, la disposición, el compromiso, la colaboración, son palabras que cobran sentido a la luz de este esfuerzo.
Pues bien, el viernes, la licenciada María Ávila nos recibió en su casa para poner en orden ciertos tópicos a ese respecto. Excelente anfitriona como es, yo pensé que aquello iba a terminar en un par de horas, pero no, me equivoqué. María nos ofreció alguna que otra bebida espirituosa (es una forma de decirlo, porque casi acabamos con su cava) y contrató a un músico excelente que amenizó la velada.
En eso hubiera quedado todo el asunto si uno de los médicos presentes y quien ya decidió colaborar en el proyecto, el doctor Jesús Zavala, no le hubiera hecho a los gorgoritos y le gustara la cantadera y la tocadera, porque ahí nomás se organizó la cantada. Y digo “se organizó”, porque en efecto, cantamos los que saben cantar y los que no sabemos también.
Ya casi al final de la velada, y como debe de ocurrir en cualquier rapto bohemio que se respete, me sentí en la obligación de retribuir a la anfitrionía de la licenciada Ávila y a la magnífica interpretación del doctor Zavala y declamé el único par de poesías que me sé; que me sé a medias, conste, porque sin el auxilio del celular nomás no me salen. Total, hubo los aplausos de rigor y tantán.
Pero no, resulta que me equivoqué por segunda ocasión porque, ya encarrilados, el sábado decidimos continuar con la pachanga —por lo menos el doctor y yo— en compañía de nuestras respectivas parejas. Apadrinados por el ingeniero Sáenz, quien por alguna razón no pudo asistir, fuimos a una cata-maridaje en un hotel de la ciudad y de ahí a un conocido restaurante en Distrito Uno.
Ustedes, a estas alturas (y si ya llegaron hasta estos párrafos y no mandaron la lectura al diablo al segundo o tercero), se estarán preguntando: “¿y a mí qué? ¿A santo de qué los festivos pormenores de ese itinerario, poco edificante por lo demás, deberían ser de mi interés?”. No pues, no. Visto así, como que no resultan muy interesantes mis andanzas. Es solo que ya al final, ya para despedirnos, el doctor Zavala se aprestó para ser comparsa de una locura más.
A mí, siempre, siempre, siempre, me ha gustado Ignacio López Tarso, un señorón sin duda. Pero una de las aficiones que he cultivado a lo largo de los años, ha sido escucharlo (y verlo si se puede) declamar corridos mexicanos. De esos corridos hay uno, Benito Canales, que por alguna razón me mata; pues bien, el doctor Zavala y yo, hemos convenido en que, él a la guitarra y yo de viva voz, haremos un dúo que se inaugure con esa representación. ¿Qué ocurrirá? Solo Dios lo sabe, confío en que, en breve, podamos despejar dicha incógnita.
Por lo pronto, a aprenderse de memoria el corrido y a practicar la voz y el tono.
Carajo, como si no tuviera cosas qué hacer.
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Luis Villegas Montes.