La semana pasada, el exgobernador Javier Corral Jurado dio la nota al hacer una serie de infundadas declaraciones que, otra vez, pretenden dejar mal parado al Tribunal Superior de Justicia del Estado. Al quite, salió la magistrada Myriam Hernández a poner los puntos sobre las íes y a responderle al malhadado exmandatario.[1]
Después del desgarriate que dejó atrás, del desgobierno arrasador que generó su pésima gestión, Javier Corral le da vuelo a lo único que le queda, lo único que tiene y ha tenido jamás, la lengua.
Con singular alegría, víctima de esa ceguera selectiva que le caracteriza, Javier Corral malamente intenta encubrir su fracaso en todos los órdenes, con esa verborrea enfermiza que es el signo de casa.
Indolente, perezoso, sórdido y, por ende, incapaz de comprender lo que significan certidumbre, rumbo, trabajo o compromiso, su feraz coprolalia lo ensucia todo a su paso (o por lo menos lo intenta) en un estallido, otro más, de vociferante mezquindad.
Javier debería hacerse el favor a sí mismo de contenerse y otorgarse el equívoco perdón del mutismo, de cultivar el arte de volverse invisible. Vienen tiempos duros para el exgobernador, él mejor que nadie debería saberlo; multitud de personas, a lo largo y ancho del Estado, e incluso fuera de sus fronteras, están ansiosos por llamarlo a cuentas; de reclamarle legalmente el daño, justificado o no, que su soberbia, desmesura y estulticia provocaron.
Muerto para la política nacional (o local), al menos bajo las siglas del PAN, las que lo vieron nacer y a las que les debe todo, a Javier solo le queda traicionar a su partido de toda la vida e ir a buscar el cobijo innoble de MORENA o Movimiento Ciudadano, buscando un fuero que lo salve temporalmente de la destrucción que ya se anuncia. Eso, o procurar caer en el olvido y refugiarse en su opulenta, y nuevecita, mansión juarense o, mejor aún, su cabaña de palos en la sierra de Chihuahua.
De poco o nada le sirvió a Corral hacer el camino de Santiago, si es que efectivamente lo recorrió en alguno de sus tramos, pues regresa más camorrista y hocicón que nunca; eso, o su farfullar es reflejo del nervioso desahogo que el miedo produce; después de todo, no anda en burro (el miedo) y a la larga, el temor escuece, cala, estupidiza, cansa.
En todo caso, eso es de lo que estamos siendo testigos los chihuahuenses, de un pobre hombre que perdió su consistencia proverbial, para convertirse en una sombra apenas, lamentable remedo de sí mismo, alma en pena, ciudadano de a pie cuya sed de reflectores solo es posible colmar con el espectáculo infame de exhibir su patológica inclinación por el exabrupto y el artificio de su grotesca retórica.
La semana pasada, hablaba con alguien sobre la naturaleza, o alcance, de un insulto que a mí, en lo particular, no me parece gran cosa: “infeliz”. Mi interlocutor rio y me dijo: “no, bueno, hombre, para el tipo de insultos que andamos manejando, sí parece poca cosa”; me reí. Hoy lo recuerdo porque detrás de esas tres sílabas, si bien no hallo la fuerza y el agravio que para mí la voz “insulto” exige, sí reconozco un cariz de tristeza infinita. Infeliz, un ser no feliz, vacío (quizá vaciado) de sí, indigente emocional, necesitado de afectos, incapaz de sentir la sencilla y muelle alegría que nos brinda la satisfacción del deber cumplido, del trabajo bien hecho.
Sí, a caballo de su maledicencia inagotable, Javier Corral es eso y poco más: un pobre infeliz que todavía respira.
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Luis Villegas Montes.
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[1] Nota de Ricardo Holguín titulada “Miente Corral, no soy ahijada de Duarte a mí me eligió Pleno libremente: Myriam Hernández”, publicada el 23 de enero de 2022, por El Heraldo de Chihuahua.