Para Alfonso Romo debe haber sido frustrante trabajar en el Gobierno. Su capacidad de organización le dio un papel crucial en la elaboración del Proyecto de Nación de Andrés Manuel López Obrador y en la campaña presidencial de 2018. Él daba orden a un equipo que caía con frecuencia en lo caótico. La decisión de nombrarlo jefe de la Oficina de la Presidencia fue un reconocimiento lógico a las virtudes que mostró en la campaña.
La designación, sin embargo, no pasó de ser una mera formalidad. No hay indicios de que Romo haya sido un verdadero jefe de oficina presidencial. El Presidente no parece ser una persona que deje a alguien más manejar su oficina. Lo que hizo fue darle a Romo el encargo, muy distinto, de establecer una relación con los empresarios. Dentro de esta tarea, en enero de este 2020 lo nombró jefe de lo que llamó el Gabinete para el Fomento, Inversiones y el Crecimiento Económico. No hay razones para pensar que AMLO pensaba entonces que la tarea de Romo concluiría al cumplirse los dos años de Gobierno, como afirmó el miércoles al dar a conocer su salida.
Al parecer el papel de Romo se mantendrá aun después de su retiro formal de la administración pública. No solo el Presidente ha insistido en que seguirá siendo el enlace principal del Gobierno con el sector privado, sino que Romo ha estado hablando con varios líderes del sector privado para asegurarles que seguirá siendo el interlocutor con el Presidente.
No es esta la primera vez que López Obrador vuelve innecesaria alguna tarea de un funcionario. El titular de la Coordinación de Comunicación Social de la Presidencia era tradicionalmente el portavoz del Gobierno; pero el propio coordinador, Jesús Ramírez Cuevas, ha señalado en distintas ocasiones que el único vocero del presidente es el propio López Obrador. Con un Mandatario que es también su propio chief of staff, se entiende por qué está decidiendo abolir la jefatura de la Oficina de la Presidencia, ahora que Romo ya no la ocupará.
La salida de Romo del Gobierno, sin embargo, es una derrota del ala moderada de la Cuarta Transformación. En muchas ocasiones Romo, quien ha sido siempre un firme creyente en la economía de mercado, ha buscado impulsar políticas que favorezcan la inversión privada y la generación de empleos, pero no siempre ha tenido éxito. En el “interregnum” de 2018 les dijo a los empresarios que el Presidente no terminaría por cancelar el aeropuerto de Texcoco, pero se equivocó. Posteriormente, y en distintas ocasiones, acercó al Mandatario grupos de empresarios. Ante las posiciones prohibicionistas y poco científicas de la Semarnat, Romo defendió el uso del glifosato en cultivos. En la convención del IMEF del pasado 19 de noviembre declaró: “No podemos manejar un país que está decreciendo a 9% como si estuviera creciendo a 9 por ciento”.
Romo seguirá siendo necesario para el país y para la cuarta transformación. El Presidente le tiene confianza y ha reconocido que fue el primer gran empresario que le dio apoyo. En un Gobierno dogmático en que los funcionarios no son interlocutores eficaces con los empresarios, o que incluso se niegan a reunirse con ellos por un supuesto rechazo a la corrupción, Romo puede tener un papel estratégico, incluso más que cuando estaba en la administración pública.
Solo nos queda esperar que haga bien esta función. Y que el Presidente le preste más atención que en los tiempos en que fue su subalterno.
No es Dinamarca
No, no estamos ya como Dinamarca. De nada sirve que el Gobierno haya decretado la gratuidad de medicamentos y servicios de salud. “Antes les dábamos a los pacientes lo que necesitaban, ahora les damos lo que hay”, señala el infectólogo Francisco Moreno. Y añade: “Se rompió la cadena de distribución de medicamentos”.