En los últimos meses, el ser humano camina lenta y pesadamente por el valle de lágrimas en que se ha convertido el mundo, con corazones cargados, acongojados por mil y una razones. Pareciera como si las penas de la vida se hubieran vuelto crónicas.
Puede ser que tu angustia haya pasado inadvertida para otros, pero ni por un momento ha escapado a la atención del Dios. Dice el salmo 56:8 “Mis huidas tú has contado; pon mis lágrimas en tu redoma…
” El salmista inicia este versículo diciéndole a Dios que Él mismo conoce sus huidas y hasta las ha contado, es decir, lleva un registro de todos sus lamentos, de sus aflicciones. Es aún más increíble, continuar leyendo este verso, donde le suplica a Dios que ponga sus lágrimas en Su redoma. ¿Qué es una redoma? Es un recipiente para guardar perfumes y ungüentos especiales.
Lo que nos está diciendo el pasaje aquí, es que ninguna de nuestras lágrimas ha pasado desapercibidas, aunque nadie nos haya visto. No importa el motivo de nuestras lágrimas, Dios fija Su vista en cada una de ellas. Dice la segunda bienaventuranza del famoso sermón del monte: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación” (Mat.5:4) Estas lágrimas son conservadas como algo muy valioso, y nos amparamos en la promesa:
“Y limpiará Dios toda lágrima de los ojos de ellos…” (Ap. 21:4) Entendemos a la luz de la palabra de las escrituras que, el consuelo que da paz y fortaleza, viene de Dios, Él va a la raíz del dolor y lo sana.
Bienaventurados “los que”…es decir, cualquier persona no importando ninguna condición. Así como Dios le dijo al rey Ezequías, le dice a cada uno que confía y pone su fe en Él: “He escuchado tu oración y he visto tus lágrimas” (2 R. 20:5) Es como si Dios te dijera
“Me preocupo por ellas, por tus lágrimas” A Él no se le escapa ni una sola. Seguramente habrá temporadas de lágrimas casi infinitas. Pero es solo eso, una temporada… que se convertirá en una nueva, creyendo por fe que Dios, después añadirá bendición, cuya paternal compasión lo acerca a los quebrantados de corazón y a sana sus heridas.
El Dios que dijo: “Bienaventurados los que ahora lloran” no te reprochará las lágrimas que viertes mientras caminas por las ruinas de nuestro mundo caído. Pero cada lágrima que derramas en fee, destrozado pero confiando en Dios, abatido pero creyendo, tiene este anuncio “El Señor está cerca de los quebrantados de corazón” (Sal. 34:18)
Algunas horas antes de que Jesús fuera traicionado, enjuiciado, golpeado y crucificado, le dijo a sus discípulos: “De cierto, de cierto os digo, que vosotros lloraréis y lamentaréis, y el mundo se alegrará; pero aunque vosotros estéis tristes, vuestra tristeza se convertirá en gozo (Jn. 16:20)
La tristeza y el gemido huirán. Tus lágrimas se secarán. La tristeza perderá su poder. Así sucedió con los discípulos de Jesús cuando la resurrección al amanecer del tercer día disipó las sombras del dolor de sus corazones. Y así sucederá a todo aquel que confía en Él. Cada gota de agonía y sufrimiento desciende a la tierra como una semilla y espera brotar como un árbol de júbilo.
Tal vez eso suene imposible. Tal vez te preguntes: “¿Cómo este sufrimiento, este dolor, esta pena puedan dar lugar a la alegría? Está bien si no puedes entender el cómo en este momento. Pero ¿puedes creer, aun cuando no haya motivos para tener esperanza, que lo imposible para los hombres, es posible para Dios? (Lc. 18:27)