El pasado miercoles tuve una epifanía; de golpe lo comprendí todo. En rápida cascada, uno tras otro, los hechos se suceden contundentes, innegables, y AMLO, ufano, orondo, tranquilo (así como es él), da las malas nuevas indistinguibles de las buenas (si las hay), con una capacidad de autoengaño tal que, sus seguidores más cercanos y sus fieles más lejanos, no tienen más remedio que creer aplaudiéndole cualquier dislate.
El azoro vino porque allá en el fondo de mi corazón titilaba una llamita pálida (ya no) que me hacía esperar que mañana, o pasado, o al día siguiente, o poquito después, iba a ocurrir lo lógico, lo natural, lo comprensible, que la mayoría de los mexicanos se hartara de tanta estulticia, pero no, creo que no… seguro que no ocurre. Los que a estas alturas del partido siguen defendiendo al Presidente ya se perdieron para la República en definitiva y los pocos que alcancen a reaccionar lo van a hacer cuando tengan el agua hasta el cuello porque también ellos son tan imbéciles que, hasta para comprender la propia desgracia, van a tardar en darse cuenta. Juzgue usted.
El 27 de octubre fue paradigmático: sintetiza lo que ha ocurrido a lo largo de este martirio que algún despistado llamará “sexenio”. Desde tempranito, como es costumbre, empezó con sus pendejadas; entre otras barbaridades, dijo que no se iba a reunir con los gobernadores que conforman la Alianza Federalista, porque no iba a permitir “que utilicen la institución presidencial, hay que cuidar la investidura”.[1] A lo que se le puede responder con una sola pregunta: cuando fue a saludar a la mamá de El Chapo qué, ¿se quitó la investidura nomás tantito o el señor Presidente de la República mexicana saludó a la madre de uno de los peores criminales del mundo así a lo pelón? (perdón por lo de El Chapo, ya ven que para AMLO es el “señor Guzmán Loera).[2]
Y hablando de criminales, ese mismo día, más tarde, Alfonso Durazo Montaño, titular de la SSPC, anunció que dejaba el cargo para irse a contender por una gubernatura. Sin sonrojarse siquiera, afirmó que “ninguna zona del país […] está dominada por el crimen organizado”;[3] que “no hay organización delictiva que tenga capacidad para retar al Estado”; y que la estrategia gubernamental “no ha fallado”.[4] Un mes y nueve días antes, el mismo individuo había manifestado su preocupación “por el alza en delitos de delincuencia organizada, los cuales tuvieron un incremento del 53.8%”.[5]
Ya por la noche, AMLO felicitó a los jugadores Julio Urías y Víctor González, por la victoria de los Dodgers: “Estamos ya en la celebración, ganaron los Dodgers”.[6] ¿Está el horno para bollos? ¿A quién benefician esas insulsas (y tarugas) celebraciones? ¿No sería mejor, más sano para el país, que sus pronósticos se cumplieran en otras materias? Lo digo porque menos de doce horas después (el 28 de octubre), manifestó que estaba preocupado “ante aumento de casos de Covid-19”;[7] ello cuando, una semana antes, había festejado que no se podía “hablar de un rebrote; están disminuyendo los fallecimientos”.[8] Sus dotes taumatúrgicas, ¿no serían más benéficas para la Patria si las ocupara en pronosticar materias de interés y relevancia nacionales?
Pues frente a la evidencia de tantas mentiras, contradicciones, excesos y desvaríos, en vez de que se alce al unísono una voz de repulsa y reproche por parte de México entero, no faltan los tarados que defienden los reclamos absurdos contra Cristobal Colón, por poner un ejemplo.
Sí, definitivamente, ya nos llevó el carajo.
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Luis Villegas Montes.