Beatriz Gutiérrez Müller, la no primera dama de México, se encuentra en Europa en un viaje oficial destinado a “obtener piezas históricas y arqueológicas de México para ser exhibidas en nuestro país durante el bicentenario de nuestra Independencia”, según ha explicado su esposo, el presidente Andrés Manuel López Obrador.
Es un encargo razonable. Tengo la impresión de que Beatriz es una mujer culta y conocedora de la historia. Por otra parte, me parece loable que el Gobierno quiera hacer una gran exposición para celebrar el bicentenario real de nuestra Independencia, en 1821, dejando atrás los festejos por el inicio en 1810 de una sangrienta revuelta fracasada cuyo dirigente inicial, Miguel Hidalgo, buscaba ofrecer la corona de la Nueva España a Fernando VII, “El Deseado”, el legítimo rey de España.
Ayer, Gutiérrez Müller se entrevistó con el Presidente de Austria, Alexander van der Bellen. “Le recomendé –escribió López Obrador– que insistiera en el penacho de Moctezuma, aunque se trata de una misión casi imposible, dado que se lo han apropiado por completo, al grado de que ni a Maximiliano de Habsburgo se lo prestaron cuando nos invadieron e impusieron el llamado Segundo Imperio Mexicano”.
El penacho de Moctezuma ha sido, desde hace décadas, una obsesión de muchos políticos mexicanos. La razón es que se le identifica como el tocado que expresaba el poder del gran tlatoani mexica. Por eso han querido “recuperarlo” y traerlo al país como una legitimación centenaria de sus propios gobiernos.
El tema, no obstante, es mucho más complicado. Para empezar, la Gran Tenochtitlan de los mexicas no era más que un centro de poder entre varios dentro de una Mesoamérica muy diversa y extensa. Los mexicas impusieron un régimen de terror a muchos pueblos vecinos, como los tlaxcaltecas. Encontrar legitimidad en el penacho de Moctezuma sería como recuperar la esvástica como símbolo de la Alemania contemporánea.
Ahora bien, ni siquiera tenemos certeza de que ese quetzalapanecáyotl, o tocado de plumas, era realmente de Moctezuma Xocoyotzin. La leyenda nos dice que el penacho formaba parte de los regalos que el tlatoani entregó a Cortés para que este los llevara al rey Carlos I de España, V del Sacro Imperio germánico. Así, supuestamente, llegó a la corte imperial de la Viena de los Habsburgo. En tal caso, empero, el penacho habría sido un regalo de su legítimo dueño y México, país que ni siquiera existía en 1521, no tendría derecho a reclamar su “devolución”. No hay comprobación, sin embargo, de su origen.
Para el penacho ha sido muy conveniente estar en Austria. Su preservación a lo largo de cinco siglos es impecable y es dudoso que esto se hubiera logrado en México. No sabemos si realmente era de Moctezuma, pero sí que el emperador mexica tenía muchos tocados, y otros magníficos objetos de arte plumario, pero ninguno, que yo sepa, ha sobrevivido en nuestro país.
Me parecería maravilloso que el penacho fuera parte de una magna exposición que incluyera objetos representativos de la Conquista de 1521 y de la Independencia de 1821. ¡Qué mejor forma de celebrar la primera y la segunda transformaciones históricas de nuestro México! Pero si yo fuera el curador de las colecciones del Museo de Etnología de Viena, tendría que pensarlo mucho antes de prestarlo. Siempre se corre el riesgo de que una vez que esté bajo control del Gobierno, este decida quedárselo con el argumento de que realmente es propiedad del pueblo mexicano.
Ley de la selva
Los taxistas bloquean Paseo de la Reforma y los accesos al aeropuerto capitalino, la CNTE las vías de ferrocarril; otros grupos de encapuchados toman las casetas de peaje de las autopistas y cobran dinero por pasar. Da la impresión de que el Gobierno ha dejado de funcionar y que la ley de la selva prevalece en el país.