Maniqueísmo: Tendencia a reducir la realidad a una oposición radical entre lo bueno y lo malo. RAE.
Mamotreto: Libro o legajo muy abultado, principalmente cuando es irregular y deforme. RAE
Si la impresión generalizada es de que el nivel de beligerancia política es, además de inesperado, preocupante, lo ocurrido en las últimas horas la refuerza.
Crecerá conforme se acerque la elección del 2021.
Son muchos los datos en tal sentido, la mayor parte de ellos originados por la conducta presidencial, ante la cual crece el encono y la respuesta de sus adversarios.
Ambos bandos están empeñados en ganar esa contienda electoral.
También, es cierto, existe un reagrupamiento natural de las personas y agrupaciones que ideológicamente discrepan del presidente, sus posturas y su partido, pero hay, por otro lado, un buen número de acciones presidenciales que, sin duda, generan críticas desde el más amplio abanico político e ideológico que no necesariamente forman parte de los grupos opositores.
El presidente está lanzado para delante; no está dispuesto a conceder, a transigir en algo, con alguien; lo que él ha planteado, ideado o resuelto, se tiene que hacer y ya, así sea en las presas de Chihuahua, o en la Suprema Corte de Justicia de la Nación; en el presupuesto, en la desaparición del total de los fideicomisos; en las obras emblemáticas de su gobierno, en la conducción de la economía, en el manejo de la pandemia; o hasta en cosas tan triviales como el del uso del cubrebocas.
Por desgracia, nadie se le opone en el aparato del gobierno, o en el equipo gobernante. Más lamentable y preocupante es el hecho de que todos los que rodean al presidente compartan su visión y decisiones.
Visualizar todo en blanco y negro le estorba a la gestión presidencial. Ni todos los que se oponen a alguna determinación presidencial, ni todos los que rechazan sus pronunciamientos son, necesariamente, conservadores, reaccionarios o, peor aún, en el lenguaje presidencial, “fifís”.
Lo peor es que numerosos ciudadanos están creyéndole absolutamente todo al presidente, perdido el sentido crítico de lo que ocurre a su alrededor, aun si los hechos van en sentido contrario al de sus deseos. Por ejemplo, la Corte suprimió los nombres de los expresidentes en la consulta pero miles de seguidores de AMLO están felices creyendo que sí serán enjuiciados.
Quienes se oponen, en aquella concepción simplista, son conservadores. Frente a la figura presidencial sólo se puede tener lealtad ciega, como se lo exige a los funcionarios públicos.
Esa visión maniquea puede llevar al país a escenarios aún más trágicos que los actuales.
El conflicto con el gobernador Javier Corral y la visión presidencial sobre el problema del agua del Tratado lo confirman.
En Juárez insistió en afirmar que el conflicto ha sido creado por quienes, acusó, mantienen intereses políticos.
Por tanto, la participación de los miles de ciudadanos en protesta por la extracción de agua se debió a una inmensa manipulación de los panistas de la entidad.
Todo se reduce, dice, a que habrá elecciones el próximo año.
Sin duda, ese factor está presente, pero hay un hecho fundamental que refuta cualquier opinión subjetiva, sea del presidente o de cualquier otro actor político: Los volúmenes de agua de las presas están en niveles catastróficos.
¿Por qué mantiene el presidente tal opinión sobre el asunto?
¿De veras, como lo reiteró en el acto en el antiguo Paso del Norte del pasado viernes, se trata de su preocupación por la posibilidad de que el presidente Trump le aplique sanciones arancelarias a México, por no cumplir los compromisos del Tratado?
Tal como ha ocurrido a lo largo del año, la visión que expuso sobre el conflicto es la que el equipo de funcionarios de Conagua elaboró e hizo suya la Directora, Blanca Jiménez.
El problema estriba en que ese equipo fue despedido por el presidente.
¿O sea, los despide, pero sigue a pie juntillas los diagnósticos y cuentas elaborados por ellos, a pesar de las firmes sospechas de malos manejos y la comisión de infinidad de corruptelas en el organismo regulador del agua, mientras estos funcionarios desempeñaban los más altos cargos?
Por supuesto, es admisible que un gobernante posea una visión y una conducta sobre todos los temas, lo que no parece correcto es que tal visión no sea confrontada con la de quien mantiene una opinión distinta, o que no escuche las razones de quienes sufren las consecuencias de alguna decisión gubernamental.
Sorprende, además, que el presidente López Obrador decida no reunirse con algunos de los actores centrales de los conflictos que su administración enfrenta; en el caso que más nos ocupa, con los usuarios de los distritos de riego del centro-sur del estado y que, por el contrario, sí recibiera la queja de los familiares de los detenidos, acusados de ser los asesinos de la familia LeBaron y Langford; o que acudiera a Bavispe a reunirse con los deudos de esas familias, algunos de los cuales han asistido a los actos del FRENAAA.
¿Por qué no con los usuarios de los distritos de riego de Chihuahua, quienes finalmente constituyen la columna vertebral de una vasta región del estado, que es uno de los 4-5 centros agropecuarios más importantes del país? Como se lo aconsejó, pidió, el exgobernador Fernando Baeza, quien, a pesar de las groseras e ilegales acusaciones que le hiciera el subsecretario Ricardo Mejía, le planteó en mesurados términos la misma petición.
Más pesadumbre arrojó el presidente a los agricultores de la región centro-sur pues no abrió una sola rendija para que haya el avenimiento buscado por ellos.
Los convirtieron en presa de los rejuegos políticos del presidente y del gobernador Corral.
Y es que es patética la conducta del mandatario chihuahuense.
Ahora se asume defensor de los chihuahuenses, y exige respeto a su “investidura” frente al desaire presidencial, luego de negarse, durante meses, siquiera, a recibir a los productores, pues él estuvo de acuerdo en entregar del agua, del modo que la Conagua decidió unilateralmente, y sin poner en juego todos los instrumentos jurídicos y técnicos que el Tratado de Aguas contiene para resolver conflictos como el de ahora.
Pero la conducta de la que hoy se duele el gobernador, es la misma que le ha aplicado a los alcaldes de Chihuahua, casi en su totalidad.
Recuérdese su conducta frente al alcalde juarense, Armando Cabada, en los nombramientos de los jefes de la policía municipal, el veto que por distintas épocas le impuso al alcalde y él se comportaba como ahora lo hace el presidente, revisando y entregando obras en Juárez sin la participación del presidente municipal.
Del mismo modo con los alcaldes de la región serrana, a los que les quitó el mando de la seguridad pública de sus municipios, dizque para preservar la paz pública, sólo para obtener la inmediata explosión de las cifras delictivas, entre las cuales ahora deberá incluir la del asesinato del munícipe de Temósachic, Carlos Ignacio Beltrán Bencomo.
Y en esa tesitura debe incluirse la conducta del gobernador con la alcaldesa de Chihuahua, Maru Campos, con quien, dijo, en adelante no se reuniría “a solas”, luego del fallido intento corralista de que se aprobara una reforma electoral, lo que desató una no tan encubierta amenaza suya de que “su administración desahogará las investigaciones respecto a las personas que recibieron dinero de la nómina secreta del exgobernador César Duarte” pues él, sostuvo, no vino “a cuidarle a nadie sus aspiraciones”. (Nota de Orlando Chávez, El Diario de Chihuahua, 15 de agosto de 2020).
¡Qué cosas!
El del agua no es el único asunto en el que el presidente decide imponerse a pesar de todas las opiniones y circunstancias contrarias.
Si en el caso de Chihuahua el conflicto ha durado más de un semestre, con graves consecuencias económicas para la región; en el de la consulta sobre el enjuiciamiento de los expresidentes fue más allá y llevó a que desbarrara, lamentablemente, el órgano -la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN)-, al que no pocos mexicanos le apostaban se convirtiera en el más legítimo contrapeso a la presidencia de la república, para evitar se replicara lo que en el pasado fue la presidencia imperial.
La estrambótica resolución de la Corte, es ridícula, no tiene asidero jurídico, es una auténtica vacilada.
La SCJN intentó no contrariar al presidente, calificó como constitucional la pregunta realizada por López Obrador -que era claramente inconstitucional, a pesar de la opinión de la mayoría de los ministros-, para, a continuación, burlarse, tanto del presidente, como de sus seguidores, al diseñar una pregunta claramente ininteligible, que no menciona a los expresidentes y cuyo resultado no es vinculante, que era el objetivo de la consulta y la movilización social.
Se trataba, en la visión y deseos del presidente, de preguntarle al pueblo si estaba de acuerdo o no, en enjuiciar a los expresidentes.
En cambio, seguramente porque los ministros, al final, tuvieron cierto prurito y no se atrevieron, ni a oponerse al presidente (que todavía en la mañana del jueves los presionó para que fallaran en el sentido que él quería), pero tampoco a aprobar algo que era claramente inconstitucional.
Este mamotreto elaboraron:
“¿Estás de acuerdo o no, en que lleven a cabo las acciones pertinentes, con apego al marco constitucional y legal, para emprender un proceso de esclarecimiento de las decisiones políticas tomadas en los años pasados por los actores políticos, encaminado a garantizar la justicia y los derechos de las posibles víctimas?”
En la práctica, la pregunta diseñada por la Corte le da satisfacción a la contradictoria postura del presidente que está empeñado en impulsar la consulta pero, al mismo tiempo, pronunciarse porque los expresidentes no sean juzgados ¿Y entonces?
A algunos con más recorridos en la vida, la postura del presidente nos recuerda la del expresidente Luis Echeverría, cuando se refirió a la cercanía de México con los Estados Unidos y las relaciones entre ambos países:
“Ni nos perjudica, ni nos beneficia, sino todo lo contrario”.
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