Corría el último mes del año 2012 cuando, en reconocimiento del papel que desempeña la beneficencia en la mitigación del sufrimiento humano, la Asamblea General de la ONU designó el 5 de septiembre como Día Internacional de la Beneficencia.
En ese contexto, resulta necesario saber que la fecha establecida por la ONU no fue elegida al azar, sino que se trata de la misma fecha en la que se conmemora el fallecimiento a Madre Teresa de Calcuta, ícono mundial de la caridad y la beneficencia.
Entonces, a propósito de la próxima celebración del Día Internacional de la Beneficencia, cabe explicar que aunque el vocablo beneficencia se refiere concretamente a la “acción y efecto de hacer el bien a los demás”, no debe asumirse literalmente como una acción y un efecto aislados sino como una serie de acciones y efectos que marcan la diferencia entre lo que -en un momento o situación determinada- fue y lo que ahora es, y entre lo que ahora es y lo que en un futuro puede y debe ser.
Y es que, sin duda alguna, la beneficencia es un instrumento que -como lo señala la ONU- puede aliviar los peores efectos de las crisis humanitarias y complementar los distintos servicios públicos. Es decir, además de contribuir a la promoción del diálogo, la solidaridad y la comprensión mutua entre las personas, la beneficencia sirve como medio de conservación de nuestra humanidad.
En ese sentido, cabe reflexionar sobre el alcance y las limitaciones que la beneficencia pueda o deba tener en un escenario en el que las prácticas clientelistas que, en el ejercicio del poder, se han incrementado recientemente bajo el disfraz de programas sociales o acciones gubernamentales “en pro” de los grupos más vulnerables, desvirtuando así la esencia y función social de la beneficencia.
Claro que se reconoce la labor realizada por los gobiernos cuando ésta se realiza sin fines de lucro y con el objetivo de afrontar y superar la crisis, y mitigar el sufrimiento de las personas. Es precisamente por eso, porque esas acciones ameritan el reconocimiento, que resulta inaceptable aplaudir acciones que, disfrazadas de beneficencia, lucran con la desgracia y el dolor de los sectores más vulnerables de la sociedad.
Por otra parte, pero en el mismo sentido, no está demás reflexionar en torno a que aunque se trate de acciones sin fines de lucro pensadas mitigar el sufrimiento de los grupos vulnerables, e independientemente de que éstas provengan de la beneficencia privada, de la beneficencia pública o de ambas; es urgente y necesario evitar incrementar el número de dependientes de la caridad o de la beneficencia.
En esta ocasión, concluyo citando lo dicho alguna vez por la cantante y activista escocesa, Annie Lennox: la beneficencia es algo bueno si cubre una brecha donde se deben satisfacer las necesidades y no hay otros recursos. Pero a largo plazo, necesitamos ayudar a las personas a que se ayuden a sí mismas”.
Aída María Holguín Baeza