Al complejo momento por el que pasamos se le sumaron dos acontecimientos a cual más de importantes para la mayoría de los chihuahuenses: La visita de López Obrador a EU y, durante ésta, la detención del exgobernador César Duarte.
Por más que se niegue el hecho, lo cierto es que la voluntad del presidente norteamericano en la detención de Duarte fue fundamental para que ocurriese en el curso de la visita.
Echó mano de las últimas facultades a su alcance en el proceso seguido en contra del ex mandatario chihuahuense. Bajo la jurisdicción del poderoso Departamento de Estado de EU se encontraba la facultad de detenerlo.
Lo hicieron. Ahora se encuentra en manos del Poder Judicial norteamericano; iniciará un largo proceso de extradición, cuyo desenlace es incierto, más allá de la justeza del levantamiento de cargos en su contra, del procesamiento de las pruebas, de la obtención las órdenes de aprehensión y la final petición de extradición por el gobierno mexicano, ya en manos de López Obrador.
Las consecuencias de la detención de Duarte serán, como el final del litigio, imprevisibles y abundantes.
Desde los primeros momentos ya se desataban dos tormentas: La de la reclamación de la autoría y la del nuevo episodio del largo enfrentamiento del gobernador Corral y el ahora senador morenista, Cruz Pérez Cuéllar.
No deja de asombrar la mezquindad política del gobernador Javier Corral.
Ni en el momento del éxito fue capaz de reconocer que el catalizador, el detonante de la insurgencia ciudadana en contra del ahora preso de una cárcel de Florida fue Jaime García Chávez, cuya denuncia fue el inicio de una lenta, sorda, pero sólida insumisión de la mayoría de los chihuahuenses que terminó por expresarse (y esa fue, por desgracia, la mejor manera) electoralmente en los memorables momentos de la elección del 2016, luego de dar origen a la agrupación dirigida por García Chávez, Unión Ciudadana, en diciembre del 2014.
Aún tendrían que transcurrir los comicios de diputados federales del 2015. Ahí refrendó el PRI su larga hegemonía en la entidad; Duarte, exultante, designó, confiado, a los del año siguiente a su más cercano seguidor, el exalcalde juarense, Enrique Serrano, a quien sustituyó Javier González Mocken en el interinato, y que luego fuera candidato morenista, Javier González Mocken.
Lo siguiente es historia. Apareció Corral punteando las encuestas del PAN, el Comité Nacional lo designó candidato y de inmediato abandonó Unión Ciudadana, la que usó, ahora sabemos, de simple trampolín para sus metas políticas.
En unas cuantas semanas formalizó su salida del organismo que catapultó y dio rumbo a la inconformidad ciudadana, la que necesitaba de una candidatura que protagonizara el antiduartismo.
En ninguno de sus mensajes, el ahora mandatario chihuahuense, hizo mención a la larga y dolorosa travesía de la sociedad, que hiciera posible la proeza de vencer al partido del viejo régimen y que sólo de ese modo se pudiera acceder a los expedientes que pueden acreditar la comisión de una colosal corruptela, la que Duarte intentó ocultar, desaparecer, a lo largo de las angustiosas últimas semanas de su gobierno.
Los abusos llegaron hasta el último día del gobierno del ballezano, ese día gastaron miles de millones de pesos. Arguyeron que fue para pagar a los proveedores.
Sí, así fue, pero para los favoritos de Palacio.
Y si Corral le dio la espalda al veterano líder García Chávez, también sepultó a la que denominara “robusta” denuncia en contra de Duarte, presentada y vigilada por el dirigente ciudadano, a pesar de que era, sin duda, la más sólida de las que luego se presentaron.
A continuación, a lo largo de más de dos años, la administración de Corral se dedicó a elaborar las denuncias en contra del ballezano, las que ahora estarán sometidas al escrutinio de los tribunales norteamericanos.
Ahí veremos si las elaboraron adecuadamente y logran demostrar la responsabilidad del exgobernador.
En adelante, al contrario de los procesos levantados en contra de los exfuncionarios duartistas, no estarán en manos de los jueces predilectos del “Nuevo amanecer”, los que han mostrado una lamentable tendencia a obedecer, ya sea los mandatos, o las intenciones del gobernador Corral.
Ahora bien, sin duda que la decisión del presidente López Obrador es la que ha posibilitado lo que ahora celebramos cívicamente.
Ha quedado muy claramente demostrada la inconmensurable lealtad del expresidente Enrique Peña Nieto para con sus compañeros de viaje, la inefable camada de gobernadores priistas que salieron, al igual que el Primer Priista, presuntamente, muy corruptos.
Hay que cuidar la corrección jurídica. Hasta ahora, salvo alguno, son, todavía, inocentes, ahora se tratará de demostrar que no es así. Y una de las consecuencias esperadas de la detención del Duarte chihuahuense es la que podría derivar en el develamiento de la extensa red de corruptelas del sexenio anterior, creadas, tanto para el enriquecimiento, como para efectuar todo lo necesario para mantenerse en el poder.
Los barrió el tsunami ciudadano que creyó verse reflejado y representado por el morenista López Obrador y que ahora, dada la muy previsible tardanza del litigio de extradición, podría ser -él, su partido y candidatos- los principales beneficiarios de la detención del exgobernador, pues ante esa circunstancia lo más probable es que, si conceden la extradición, llegaría a los tribunales mexicanos -preferentemente los chihuahuenses- ya terminada la gestión de Javier Corral.
Si unos días atrás asegurábamos que políticamente el amanecido quinquenio había culminado, cosa que, por supuesto, Corral no cree, al contrario, al anuncio de la detención de Duarte creyó llegado el momento de lanzar obuses a diestra y siniestra.
Uno de ellos, el más tempranero, el dirigido al protagonista de la más añeja rivalidad, al ahora senador de Morena, Cruz Pérez Cuéllar, mostró al viejo tribuno, beligerante y lanzador de acusaciones, sin parar mientes en su papel de responsable de la administración estatal.
Al acusar al senador de formar parte de la “nómina secreta” de Duarte, de haber recibido financiamiento para varias campañas electorales (las que presumimos efectuó cuando fue dirigente y candidato del PAN y de Movimiento Ciudadano) y de haber firmado recibos de la recepción de dinero en efectivo, el gobernante declaró tener conocimiento de la comisión de presuntos hechos delictivos.
Estaba obligado a denunciarlos y, de tener pruebas, aportarlas al ministerio público, no sólo del fuero común, sino del fuero federal, pues tales señalamientos implican la comisión, hasta de delitos electorales, y de otra índole.
Ahora bien, si tuvo conocimiento de esos delitos ya en el papel de gobernador, su falta será aún más grave pues la presunta comisión de esos delitos iban en perjuicio del patrimonio estatal.
Estaba más que obligado a denunciar.
¿Por qué no lo ha hecho? ¿Será que sí existen las evidencias y está esperando los tiempos electorales para usar esa información de manera ilegal en la campaña electoral, en el supuesto de que Pérez Cuéllar fuese el candidato de Morena?
¿Lo mismo está haciendo en el caso de los exfuncionarios duartistas que aún no están sometidos a proceso?
¿Y de los otros actores políticos y empresarios a los que en los corrillos políticos acusan de ser financiados por el exgobernador, cosa que implicaría, no se puede pensar de otra manera?
Ahora bien, en el caso de Pérez Cuéllar, el hecho de que tenga fuero no es obstáculo para que, de tener evidencias, presentara la denuncia, ésta se desarrollara y, si fuera el caso, solicitar el desafuero.
Pero esas serían las formas correctas de actuar.
Todo hace suponer que no será así, pues se aprecia una acelerada conducta con tal de despejarle el camino y de impulsar al también senador Gustavo Madero.
Corral se apresta a tratar de ser un activo factor de la próxima elección, puede que no tenga los mejores auspicios para ello, se llevará, como Duarte, una amarga sorpresa.
Se queda en el tintero la reflexión sobre la visita de López Obrador a EU.
Aún está en el aire el sabor dulzón del almibarado discurso del presidente de la 4T a Donald Trump.
Quizá sea más penetrante el mal humor que sus expresiones dejaron en la comunidad mexicana, sometida como nunca, a mil y una agresiones por un presidente norteamericano, y eso que los ha habido de negra memoria.
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