En solo 90 días, 30 millones de mexicanos, descubrieron que le apostaron a un “proyecto de nación” que fue construido en la arena.
Sin cimientos, sin idea.
Ese proyecto de nación, el ahora presidente, lo llamó humildemente “La Cuarta Transformación”.
Sonaba bien, casi místico.
El partido se construyó para ese proyecto y para una única meta: llevar a un hombre al poder. Y se armó de todos los símbolos culturales y religiosos que conectaran con el mexicano promedio:
La virgen de Guadalupe (Morena); el nombre del partido (Movimiento de Regeneración Nacional); el candidato (el gran luchador social victima del sistema que perdió 2 elecciones) ; los intelectuales experimentados; y universitarios jóvenes que no vivieron el priismo, pero aborrecían el panismo de Calderon.
El gran candidato, con chistes y vulgaridades, evadía todas las preguntas importantes. Huía de todos los debates y tenía una gran carta de buenas intenciones para cada audiencia.
A todos les dijo lo que querían oír.
Pactó con el poder en turno y los poderes fácticos.
¿El resultado? Arrasó en las elecciones.
Más de 30 millones votaron por él, le dieron las dos cámaras legislativas, y el poder absoluto.
Entonces ¿qué pasó?
Poco a poco fue cambiando su tono y sus propuestas dejaron de ser parte del plan.
Mediante consultas, transfirió la responsabilidad a los ciudadanos poco informados y operados por su estructura partidista.