“… Que la violencia solo genera más violencia. Muy bien, ya lo comprendiste. La violencia que las mujeres hemos sufrido por tanto tiempo es la que nos ha obligado a actuar de esta forma que tú llamas violenta, y lo hacemos para que nunca más ni hombres ni mujeres tengan que sufrir esa violencia que se ha invisibilizado…”. Texto del Facebook “Soy privilegiada”.
No es que las concentraciones de los años anteriores no hubiesen sido masivas, pero la efectuada el pasado martes rebasó todos los parámetros.
Aunque los principales medios de comunicación “tradicionales” pusieron el énfasis en la gigantesca manifestación de la CdMx -calculada en más de 70 mil asistentes- las ocurridas en más de dos decenas de las más grandes urbes mexicanas despertaron no sólo entusiasmo, sino carretadas de esperanza de que los componentes positivos de la sociedad mexicana ahí están para reencauzar las exigencias, los ánimos democratizadores, las voluntades políticas y, sobre todo, el optimismo que se renueva gracias a las miles de jóvenes mexicanas reclamando sus derechos, empezando, claro está, por el de que se les respete la vida; a no ser objeto, ni de la violencia intrafamiliar, ni de la ejercida en la calle, en la escuela, en el trabajo; en todos lados; al derecho a decidir sobre su cuerpo.
Apenas habían transcurrido 72 horas del salvajísimo espectáculo del estadio de La Corregidora en Querétaro y ya veíamos la marcha morada como un maremágnum de manifestaciones creativas, amorosas, de lucha, de dolor, en un abigarrado y hasta contradictorio racimo de expresiones presentadas a lo largo de las marchas, que eran muchas en cada una de ellas.
Como era previsible, aunque ahora con una menor intensidad, se presentaron las pintas y las rupturas de cristales, que trajeron como consecuencia las críticas de quienes solo advierten la superficie del profundísimo proceso surgido ante nuestros ojos, que debiera ilustrar claramente, a todos, sobre las muy adversas condiciones en las que se desenvuelve la vida de la mayoría de las mujeres en el país.
Sirva como ejemplo el hecho de que la mayoría de las pintas efectuadas en el Palacio de Gobierno de Chihuahua señalaban en concreto a un acosador, a un violador, a un hostigador.
No son coincidencias, son el vivo retrato de lo que no hacen las oficinas gubernamentales; de la desidia, del desdén, del desprecio, por parte de los funcionarios públicos, del presidente hacia abajo, hacia las víctimas de alguno de esos casos denunciados en ocasión tan propicia, pues sólo reflejan la falta de la escucha de un funcionario público presto a poner su atención, capacidad y voluntad para esclarecer un hecho violatorio en contra de una mujer.
Y todavía muchos propietarios de las “buenas conciencias” se molestan, se duelen, se quejan del “enorme” daño causado a los monumentos, a los edificios públicos y, también, a los edificios de algunas empresas.
Los que pontifican acerca de la manera en que deben manifestarse, pero que -al igual que el presidente López Obrador- dicen “respetar” la libre manifestación, “siempre y cuando sea de una manera tranquila y propia”.
Ante esas actitudes, más “vivos” políticamente, hasta el alcalde capitalino, el panista Marco Bonilla, y la gobernadora Maru Campos, decidieron no impedir las pintas y destrozos y lanzar un mensaje más empático.
Bonilla adoptó una de las frases señeras de las feministas del momento actual: “… ningún edificio vale más que la vida de una mujer, de una niña”, en clara referencia a las innumerables ocasiones en las que no obstante la presentación de denuncias ante las dependencias no pasa nada, pero que ante los edificios pintarrajeados las “buenas conciencias” se rasgan las vestiduras, y complacientes, como lo son en la vida diaria, exigen, conceden “que se manifiesten, pero que no causen daños”; “yo estoy con su causa, pero así no” y claman porque las autoridades -no se atreven a decirlo con todas sus letras- aplique todo el peso de la ley con todas esas “vándalas”.
La gobernadora Campos expresó que “… no haremos nada contra manifestantes, queremos paz”.
Que en la ciudad de Chihuahua participasen 10 o 20 mil mujeres, que más da el número si a final de cuentas fueron muchas, muchas, muchas y esa cantidad habla de la profundidad de un problema que muy pocas veces había logrado tal grado de visibilización, y que ahora lo alcanzó por una razón: El hartazgo femenino.
Fue de tal fuerza la movilización que opacó las críticas desatadas sobre todo en la capital chihuahuense; la noticia más importante no fueron los destrozos causados sino el volumen de la participación. Así ocurrió en casi todo el país.
Pero apenas solo dos días después, ante la presentación de la iniciativa para despenalizar el aborto, el nuevo grupo gobernante evidenció su apego a la agenda ideológica del blanquiazul, evidenció su incomprensión sobre el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo y anunciaron que el “Estado (el gobierno de Chihuahua está) a favor de defensa de la vida”.
Hay otro aspecto no menos importante.
Después de las elecciones del 2018, en las que poco más de 30 millones de mexicanos se volcaron en las urnas para apostarle a un cambio, depositado en el candidato de Morena, Andrés Manuel López Obrador, para darle darle un gigantesco mentís al régimen y sus partidos políticos, (de los cuales han emergido, por igual, los responsables de lo denunciado en todos los tonos, en todas las marchas del 8M-22), son numerosos los mexicanos decepcionados -para sus seguidores, aclaramos de inmediato, son la minoría- que optaron por alejarse.
Se pensaba en que esa oportunidad diera pie a la posibilidad de que se establecieran los modos de gobernar, los conductos, organizaciones y redes sociales que se convirtieran en los mecanismos para hacerle frente a la clase política y sus gobiernos y efectuar la gran transformación esperada a lo largo de décadas.
Pero la actual administración no efectuó, ni intentó, efectuar la transformación del estado patriarcal que padecemos. Al no darse lo anterior, las marchas de las mujeres del martes 8 de marzo se convirtieron en el mejor referente de esa construcción, por fuera del gobierno y en muchos sentidos enfrentadas a éste.
Pero no sólo eso, la absoluta mayoría de las participantes son ajenas a los partidos políticos, también son abrumadoramente jóvenes y en muy poco tiempo los antiguos liderazgos feministas han sido suplidos por colectivos, en su composición y en sus dirigencias y no caben, ni el menor asomo, de la posibilidad de que las fuerzas políticas -sean los partidos ú otras- puedan manipular a un movimiento cuya dinámica no la genera el mismo, sino, paradójicamente, el Estado Mexicano y las concepciones machistas, misóginas y homofóbicas presentes en la sociedad mexicana.
En el colmo de la paradoja, este movimiento se alza como la fuerza más claramente antagónica al gobierno de la 4T, no porque se lo haya planteado así, ni porque lo deseara, sino porque, sin intereses políticos mezquinos mediante, lo ha retado, no porque sea Andrés Manuel López Obrador, sino porque este concitó enormes expectativas rupturistas con el viejo régimen que, para el caso, significaba poner en vigor un ambicioso programa que hiciera frente a lo que hoy las mujeres denuncian en las calles, en las plazas, en los edificios públicos y que de manera directa señalan al presidente (cualquiera que llegara a ese cargo) en los cánticos, al que colocan como un símbolo de la opresión machista, y por extensión a todos los mandatarios estatales, lo mismo si es un varón o una mujer quien esté al frente.
Como lo sostuvieron infinidad de personas -mujeres y hombres, afortunadamente por igual- en todas las redes sociales, en textos muy semejantes, (lo que refleja la gran coincidencia de la vida de las mujeres), ante los intentos de igualar la violencia en general, y las ejecuciones de los varones, con la violencia ejercida contra las mujeres, la respuesta ha sido una: Las mujeres salen de casa con miedo de no volver, de ser violadas, acosadas, demeritadas; con el temor de sufrir abusos reales y constantes, sobajadas, agredidas en sus domicilios por sus parientes o sus parejas, etc.
Lo escribió magistralmente una internauta en las redes al responderle a un varón: “¿Yo te cambio la pregunta: tú te sientes acosado? ¿En el trabajo, por tu sexo? ¿O que te hagan comentarios por tu vestimenta? ¿O que sientas miradas recorriendo tu cuerpo de manera libidinosa en el trabajo, en la calle, hasta en el propio hogar? ¿Tú tienes el número de muertes de hombres que han sido asesinados por ser hombres y ser clasificados/considerados como objetos o propiedad de la pareja?
¿Qué porque seguramente andaba con otro? ¿O porque quería dejar a su pareja? ¿Es más, si tienes un hijo e hija, a cuál te daría más miedo dejar encargado con otra persona o dejarlo salir a la calle?…”.
Se trata de gritos desesperados que claman por una vida libre de violencia, detrás de los cuales existe una historia de horror, de abuso, de impotencia y de hartazgo frente a una autoridad que nada hace por frenarla.
O uno de los más populares, intitulado “Soy privilegiada”:
“… Mi nombre es Beatriz, soy feminista y no, no me veo (de momento) pintando, dañando o destruyendo un monumento histórico, sé perfectamente su valor social, estético y cultural. Nunca he agredido a nadie ni destruido nada tangible, ni incendiado, ni aventado bombas. Soy de esas mujeres que tienen la suerte, el ‘privilegio’ de solo haber sufrido esa violencia que nos parece ‘normal’. Ya saben, una nalgada en la calle, un insulto vulgar mientras camino a mi casa, que un wey se masturbe junto a mí en el transporte, un compañero o maestro que mientras me ve el escote se chupe los labios. ¿Ya saben, no? Eso que es ‘normal’ lo que nos pasa a todas”.
“Yo soy privilegiada porque mi abuelo no me empezó a tocar cuando tenía 5 años, mi padre no me violó, mi hermano no me vendió a sus amigos, mi vecino no secuestró, violó y torturó a mi hija; a mi amiga no la mató su marido, la desolló y la quemó, mi exnovio no me desfiguró la cara con ácido”.
“Yo soy privilegiada porque jamás he tenido que sufrir un gobierno indolente que no ha hecho caso a mis denuncias, que no ha hecho su trabajo, que me ha revictimizado, que no me ha otorgado justicia”.
“… Que la violencia solo genera más violencia. Muy bien, ya lo comprendiste. La violencia que las mujeres hemos sufrido por tanto tiempo es la que nos ha obligado a actuar de esta forma que tú llamas violenta, y lo hacemos para que nunca más ni hombres ni mujeres tengan que sufrir esa violencia que se ha invisibilizado…”.
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Fuente de citas hemerográficas recientes: Información Procesada (INPRO)